Prólogo.

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Alguien tocaba la habitación en la que yo me encontraba sin esperanzas, sin luz, sin nada.

-¿Puedo pasar?- él preguntó del otro lado de la puerta.

-¿Me queda otra opción?

La puerta se abrió mostrando a un joven decaído, pálido, con una mirada triste, no me gustaba verlo así y menos por mi culpa.

Estaba acostada sobre la camilla de un asqueroso hospital conectada a una máquina que me permitía respirar, mis brazos estaban cruzados encima de mi pecho, como si ya estuviera muerta... Físicamente hablando porque, por dentro ya no existía.

-¿Porque duermes así?- preguntó preocupado.

-¿Así cómo?

-Como si ya estuvieras muerta- sus ojos se aguaron, quería llorar.

No, no, no. Elliot no llores, por favor, no ahora, todavía no es tiempo para eso.
Me dolía verlo así pero esa era la única manera en la cual él y todos podían asimilar que yo me iría en poco tiempo.

-Tu no morirás, los doctores están haciendo todo lo posible, estarás bien, ya lo veras- dijo mientras sostenía mi mano.

-Elliot, déjame ir.

-¡No!, no te dejare ir- rompió en llanto.

-hemos sido amigos durante toda la vida, es hora de que me dejes descansar- le contesté.

Era dura con él pero ésta era la única manera.
Me abrazó, me llevo fotos de cuando éramos niños, fue hermoso, esa era la mejor despedida de todas.

Deje de respirar, veía todo borroso, los médicos llegaban a auxiliarme pero eso no funcionaria, ya era la hora.
Con las pocas fuerzas que me quedaban sostuve fuertemente la mano de Elliot y casi en un susurro le dije: "Te amo". Él se quedo callado, sabía que tenía que dejarme ir, me acaricio el rostro y me beso.

Después de eso no hubo nada...

¡Aléjate de mi!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora