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hace casi veinte años atrás...

Una familia cenaba tranquilamente en armonía. Les habían conseguido un gran festín sólo para ellos. Ventajas de ser el líder y Comandante de la Sangre, supongo.

Comían con alegría mientras hablaban y reían. Harum, el mayor de todos y el líder, comenzó a sospechar de algo al ver que sus guardias murmuraban entre ellos como si se tratase de un secreto. Carraspeó su garganta e inmediatamente los guardias guardaron silencio y agacharon la cabeza.

¿A qué se debe repentino silencio? –preguntó respetuosamente. Sus guardias no dijeron nada, se quedaron mirando sus lanzas– ¿Hmm? –vocalizó, esperando a que al menos uno de ellos diera alguna respuesta digna.

–Algo metálico ha caído del cielo, Comandante –habló uno, evitando el contacto visual–. Se parece a aquella cápsula donde nuestra legendaria, Becca Pramheda, arrivó a nuestro hogar.

Eso dejó a Harum pensativo. Apoyó su brazo en la mesa, mientras se dedicaba a ver a su esposa, y en la otra silla a un lado de su madre se encontraban sus pequeñas niñas, Lexa, de cuatro años de vida y Cora de dos, quien miraba todo con confusión.

–Llévenme hacia ella. Ahora –ordenó.

En menos de cinco minutos,los guardias llevaron a Harum hacia donde aquella cápsula había aterrizado sin previo aviso. Poco antes de llegar los caballos relincharon y se detuvieron abruptamente. Un guardia se bajó, cuidadosamente, pero antes de que pudiera dar otro paso, un estruendoso ruido causó que se desplomara en el suelo, con un gran charco de sangre a su alrededor.

Hombres de la Montaña –habló con disgusto y enojo Harum–. ¡A la carga!

Con un solo grito obedecieron y fueron hacia el enemigo, disparando desde lo oscuro del bosque. Tan sólo eran tres, así que, cayeron en el suelo antes de lo imaginado.

Se acercaron con cuidado hacia aquella cápsula, la cual, goteaba un líquido raro.

–¡Señor! –gritó uno de los guardias, empujando a su Comandante al suelo.

La cápsula explotó, incendiándose por el exterior. Al interior de esta, un llanto se escuchó, sorprendiendo tanto a los guardias como al Comandante al notar que había un sobreviviente dentro de aquella cosa.

El Comandante se levantó y se acercó, viendo a una pequeña bebé, al parecer recién nacida, llorando desconsoladamente dentro de la cápsula, mientras que esta por fuera estaba a punto de explotar y que se convirtiera en cenizas.

–Hay que sacarla –habló el Comandante.

Esa corta oración fue más que sorprendente. Sus guardias pensaron que Harum iba a dejar que aquella bebé quedara a su suerte, ya que eso hubiese pasado si Harum no se hubiese enamorado paternalmente de aquello ojos indefensos que le veían desesperados.

Sus guardias hicieron caso sin rechistar y, con unas cuantas quemaduras leves, lograron sacar a la pequeña sin ningún rasguño. Se la entregaron, y él comenzó a mecerla para tranquilizarla, alejándola del alboroto.

Está bien, pequeño cielo. Está bien –intentó calmarle. La bebé no podía parar de llorar, y Harum, después de tener cinco hijos, seguía sin entender el por qué de sus llantos. Harum le dedicó una mirada a los guardias, quienes se encargaron de incinerar los cuerpos de los Hombres de la Montaña. La bebé balbuceó tranquila, Harum la miró, pero la pequeña estaba muy concentrada viendo los millones de estrellas que estaban sobre la cabeza de Harum–. Así que, las estrellas te calman. De acuerdo, pequeña estrella, iremos a casa.

𝑭𝑬𝑳𝑰𝑫𝑨𝑬: 𝑇𝐻𝐸 𝐻𝑈𝑁𝐷𝑅𝐸𝐷 | 𝐁.𝐁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora