Capítulo 1

916 77 106
                                    

—¿A qué debo el honor de tu visita, querida y amada mía? —pregunta el dios Elatha con curiosidad ante la visita de la bellísima Ainé

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿A qué debo el honor de tu visita, querida y amada mía? —pregunta el dios Elatha con curiosidad ante la visita de la bellísima Ainé.

—Sabes a lo que he venido, Elatha, no hace falta que me idolatres, no me interesas —responde con su característica soberbia y desafiante arrogancia, sin apartar sus ojos de los de él.

—Ve al grano Ainé, hoy no tengo un buen día, así que... tú dirás —admite fríamente, cuando ve que ella sigue igual de helada que un iceberg.

—Se han quedado solas. ¿Pero eso ya lo sabías, verdad? —confiesa, sentándose y cruzando sus hermosas piernas.

Ese acto no pasa desapercibido para el dios de la muerte, sigue maravillado por la hermosura de la diosa.

—¿Has venido a mi oscuro y frío mundo para decirme que nuestras hijas están solas? —ríe sin ninguna expresión ni gesto—. Las dejaste a cargo de unos simples humanos, sabíamos que eso iba a pasar tarde o temprano. Ellos se mueren —gruñe finalmente—.

—No tienes corazón, ¿cómo pude dejarme engañar por un ser tan despreciable como tú? —expresa llena de enfado, sus ojos ahora están llenos de ira.

—¿Un ser despreciable como yo?, no me salgas con eso ahora. Tenía corazón hasta que me lo rompiste. ¡Maldita seas! No acabes con mi poca paciencia. Estás en mi mundo solo por cortesía, no lo olvides. Te recuerdo que me buscaste y no fue solo una vez —le recalca para que no olvide lo que tuvieron juntos—.

Ella se queda paralizada al escuchar esas palabras salir de su boca con tanto desprecio, le han llegado al alma. Está dolida, se siente mal a pesar de que haya pasado demasiado tiempo de eso.

—Y no tienes la menor idea de cuánto me arrepiento de ello, tuve que abandonar a mis hijas por tú culpa —declara con demasiado ímpetu, no va a demostrarle sus sentimientos.

—¿Por mi culpa?, ¿cómo puedes ser tan embustera? Yo no fui quién tomó esa decisión, lo hiciste sin decirme nada. Tardé años en enterarme dónde estaban, me privaste de verlas crecer, de sus primeros pasos, de sus primeras palabras, no vayas ahora de buena madre conmigo, no te pega ir de mártir, no eres la víctima, nunca lo has sido —protesta al ver la frialdad en los ojos de ella.

—¿Cómo puedes hablarme así?, sabías que no podían criarse en este mundo, no pertenecen a la oscuridad, Elatha.

—¿Ah no? ¿Y adónde crees qué pertenecen según tú? ¡Soy su padre!, ellas pertenecen a mi mundo tanto como al tuyo. Llevan en sus venas mi sangre, son parte de mi, son parte de mi ser —aclara con gran orgullo sin apartar la mirada de la de ella. Quiere que nunca olvide quién es él, a dónde pertenecen sus hijas.

—Simplemente decidí que este mundo no era el apropiado, sabes que son seres de luz, no pertenecen solo a la oscuridad —vuelve a declarar levantándose y acercándose hacia dónde se encuentra el dios.

Entre Luces y TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora