Quiero Ser Más Que Amigos

685 94 86
                                    

Enero, 1989, Bogotá

Querían escribir una carta para Juan Pablo. Para que supiera que toda la clase pensaba en él. Como si lo hiciera mejorar.

"Bueno, empezamos en el fondo de la clase y cada estudiante firma la carta," explicó la profesora, intentando sonar optimista. "No se preocupen, Juan Pablo va a recobrar su salud," añadió, pero su voz temblaba, haciendo que sus palabras parecieran como una mentira.

La cabeza de Simón estaba vacía, se sintió como si le hubieran robado el sentido de su vida. ¿Qué piensas tú ahora mismo, Juan Pablo? ¿Estás llorando? Con este pensamiento las lágrimas volvieron a salir de los ojos ya hinchados y rojos de Simón. El chico que amaba estaba en el hospital, probablemente llorando porque sabía claramente qué significaba la enfermedad que le acababan de diagnosticar. Y sus compañeros de clase creían que una carta de desearle un restablecimiento pronto era suficiente. Voy a visitarle.

"¿Simón? ¿Cómo estás?" preguntó la profesora preocupadamente. Se había acercado a su mesa sin que el joven se hubiera dado cuenta. "Vi como lloraste y..." Ella metió un pañuelo usado y mojado en el bolsillo de sus pantalones y miró a los ojos del alumno. "...que volviste a la clase sin estar ni un poquito más tranquilizado. Si quieres, puedes ir a tu casa. No tiene sentido quedarse en la escuela si no puedes concentrarte," dijo y le regaló una sonrisa falsa. Simón no la juzgó por su felicidad fingida, por lo menos intentó hacerle sentir mejor.

"Sí, yo..." Simón resopló y se levantó. "Creo que voy a mi casa. Gracias." Tomó sus libros y su estuche de la mesa y se dirigió a la profesora otra vez. "Adiós," se despidió, pero ella detuvo su partida.

"¿Ya has firmado la carta?" interrogó inquieta, buscándola sobre las mesas en el aula.

"Sí, sí, ya la firmé," mintió Simón para calmar a su profesora. No firmaré una carta tan impersonal, voy a mostrarle que pienso en él de otra manera. Que pienso en él cada puto segundo del día.

"Bueno..." soltó, pero Simón notó que ella quiso decir algo más, por eso no se movió. "Simón, no sabía que eras tan amigo de Juan Pablo," señaló y, sin que el joven lo hubiera esperado, una sonrisa sincera apareció en su cara. "Supongo que no es común que el capitán del equipo de futbol y... pues, el mejor alumno de la clase sean tan buenos amigos," sonrió, intentando no ofender a Simón.

"Creo que así parece porque no somos amigos," respondió Simón, listo para marcharse.

"Oh, entonces–" empezó la profesora, pero su estudiante la interrumpió para decir sus últimas palabras antes de abandonar el aula.

"Somos más que eso."

Por el miedo de oír la respuesta de su profesora, Simón se había puesto sus auriculares y había encendido su walkman para dejar el colegio detrás de sí. Ahora sólo importa Juan Pablo. Montó su bicicleta y se dirigió a su casa. Las lágrimas ya no nublaban su vista, así que podía ver adonde conducía. Se dio cuenta de que la ira hacia esa estúpida carta y la determinación de alegrar a Villa con su visita habían reemplazado su tristeza. Espera unos minutos, Villa. En poco tiempo estaré a tu lado. El freno de su bicicleta chilló cuando llegó a su casa y saltó del sillín.

Simón abrió la puerta y corrió hacia su cuarto para recoger algunas cosas, que pensó que le gustarían a Juan Pablo. Nadie estaba, por eso no temió preguntas incomodas de sus padres sobre por qué no estaba en la escuela. Respirando cortadamente entró a su dormitorio, recorriéndolo con sus ojos marrones. Encontró una pequeña pila de cómics sobre su escritorio, directamente al lado de las fotografías del capitán del equipo de fútbol, y decidió que se los llevaría.

Hace ya algunos meses había escuchado como Juan Pablo había discutido con Marco sobre cuál superhéroe era el mejor. Podía jurar que la palabra Superman había sido parte de la discusión. La pregunta crucial era si habían hablado sobre el hombre con la capa roja en un contexto positivo o negativo. No te preocupes, Simón. Los cómics de Superman le van a gustar. A todos les gusta Superman. Simón echó un suspiro y los metió en su mochila. Volvió a vagar su vista sobre su cuarto, pero no halló nada interesante. Porque eres un chico aburrido y Villa es interesante. Descargó de este pensamiento y bajó las escaleras hacia la cocina, agarrando la mochila firmemente en sus manos.

Platos sucios posaban sobre la encimera, listos para que Simón las lavara. Normalmente lo hacía sin pensar dos veces, pero hoy ignoró todas sus obligaciones por una razón más importante que cualquiera vajilla mugrienta: Juan Pablo Villamil.

Para él, abrió la alacena al lado de la nevera donde sabía que se encontraban los dulces que sólo sus padres estaban permitidos de comer. Su hermana Alicia ni siquiera era consciente de que este escondite existía. Pero por ti vale la pena, Juan Pablo. Simón sacó tres barras de chocolate de la alacena y las depositó en su mochila. Estaba seguro de que esta marca de dulces le encantaba a Villa. Estaba seguro.

Agregó un plátano a la selección de regalos en su mochila, por si acaso su amor tenía más hambre, y abandonó la cocina. Se echó la mochila al hombro y cruzó el pasillo para ponerse en marcha hacia el hospital. Sin embargo, se detuvo en frente del gran espejo que adornaba la zona de entrada. Otra vez se preguntaba lo mismo que siempre cuando pensaba en acercarse a Juan Pablo: ¿Soy guapo?

No era feo, pero si se comparaba con Juan Pablo, Simón no era nada. Cuando el futbolista sonreía, parecía como si brillara, como si el sol hubiera bajado del cielo y se hubiera acomodado en su sonrisa maravillosa. Cuando entraba a una habitación, todos le miraban, todos le admiraban. Villa tenía ese aura radiante que le rodeaba, ganando la atención y confianza de cada persona. Él simplemente era el ser más hermoso y humilde del planeta.

Simón soltó otro suspiro. Su apariencia en comparación con Villamil era aburrida e insignificante. Él se perdería entre la multitud, Juan Pablo destacaría por su belleza asombrosa. Y su increíble trasero.

A pesar de todas sus inseguridades, Simón le sonrió a su imagen en el espejo. Se deshizo de toda la tristeza y desesperación que le había agobiado esta mañana, y las reemplazó por optimismo y un buen estado de ánimo. A Villa no le hacía falta alguien tan deprimido como él, carecía de un amigo que le hiciera sentir mejor. Simón sabía que Juan Pablo necesitaba una sonrisa sincera, y él se la iba a dar.

Pedaleó lo más rápido que pudo hasta que llegó al hospital con la respiración agitada. Apagó su walkman y depositó la bicicleta en el aparcabicis antes de dirigirse a la recepción. Allí una mujer con una sonrisa amable esperaba que el joven la dijera qué paciente estaba buscando.

"Juan Pablo Villamil," contestó, rascando su cabeza de una manera nerviosa. Cálmate, Simón.

"¿Segundo apellido?" preguntó la recepcionista.

"Cortés. Juan Pablo Villamil Cortés," respondió nerviosamente. Según Simón, era el nombre más hermoso del mundo.

"Segundo piso, habitación número 20," le informó sonriendo. "¿Usted es su hermano?"

"No, no. Soy un amigo." Aunque quisiera ser mucho más que un amigo. "Gracias," se despidió y se puso en marcha hacia las escaleras para subirlas hasta el segundo piso. Cada vez que pisaba un escalón, pensaba que estaba acercándose al chico que le tenía enamorado desde hace mucho tiempo, que le volvía tan loco que hasta faltó a la escuela por él. Estaremos solos en una habitación. ¿En qué he pensado cuando decidí ir a visitarle? Ni siquiera puedo hablar con él sin morir de nervios.

De repente, sin haberlo notado, Simón se encontró en frente de la habitación número 20. Villa estaba detrás de esta puerta. Y él estaba en frente. Sólo tengo que abrirla. Pero eso se le hizo demasiado difícil. Su mano temblaba cuando intentaba golpear la puerta. Simón inhaló profundamente y dejó que su puño aterrizara en la puerta. Tok, tok.

"Entre." Dios, su voz es hermosa. Simón tragó saliva y agarró la perilla. Entonces, abrió la puerta.

"Hola, Juan Pablo."

"¿Simón?"

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora