Quiero Cometer Locuras

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Febrero, 1989, Bogotá

"Fantástico," soltó Simón cuando notó que necesitaba echar gasolina urgentemente. "Casi se nos acaba la gasolina, vamos a parar en la próxima gasolinera," decidió y buscó la mirada de Juan Pablo para recibir su aprobación.

"Está bien," respondió y Simón vio la tristeza en su cara mientras su vista estaba pegada en la ventana. Después de unos segundos giró su cabeza. "También me gustaría vestirme," agregó divertidamente y la sonrisa que el chico de lentes pensaba haber restituido en el rostro inocente de Villamil volvió.

"Okay," sonrió el chico detrás del volante, divisando lo que buscaban en la distancia. Por suerte la lluvia repentina había cesado. Dobló a la derecha y estacionó el auto al lado de un surtidor de combustible.

"Me voy al baño para ponerme algo adecuado," le informó el menor a Simón y cogió su bolsa de deporte desde el asiento trasero.

"Sí, te esperaré aquí," respondió Simón y le regaló una última sonrisa antes de bajar del carro. Debo dejar de sonreírle constantemente, es demasiado obvio que me gusta. Pero cuando me devuelve la sonrisa se siente tan... ay, tan mágico. Villa se puso en marcha hacia los baños y Simón sacó el dispensador de su lugar y comenzó a rellenar el depósito, no sin antes soltar un suspiro largo y profundo, mostrando cuánto el deber de esconder su amor le abrumaba.

La mirada del joven viajaba sobre el terreno de la gasolinera, mientras echaba gasolina al auto, apoyando su cabeza en su codo sobre el techo del vehículo. No encontró nada interesante, sólo una familia, que probablemente también estaba en camino al aeropuerto para irse de vacaciones, y un hombre con una motocicleta gigantesca, una barba igual de grande, y una pañoleta sobre su calva. Dio pequeños golpes con sus dedos en el techo del carro, esperando a que pudiera retirar el dispensador.

"¡Arranca el coche, Simón! ¡YA!" La cabeza del chico se giró hacia la dirección del grito, mirando la escena en frente de sus ojos con una expresión incrédula. "¡Simón!" volvió a gritar Juan Pablo.

Él estaba corriendo hacia el carro, semidesnudo, cargando su jersey y un montón de otras cosas en sus manos, gritando como loco. Además, sus pantalones deslizaban hacia abajo con cada paso que hacía, a causa de que no había cerrado el zíper.

"¿Qué demonios...?" Simón se quedó paralizado y observó la situación. Vio un hombre persiguiéndole a Villamil, maldiciéndole en una voz bastante alta.

"¡SIMÓN!" repitió Villa y así sacó a Simón de su estado de shock. Rápidamente colgó el dispensador en el surtidor, cerró el tanque y casi saltó hacia el asiento del conductor. Sin importarse el daño que podría producir, arrancó el coche y condujo hacia la salida. El claxon de otro carro sonó, pero no tenía tiempo para asustarse. Se estiró para alcanzar la puerta del copiloto y la abrió para que Villa pudiera entrar. Justo cuando Simón volvió a sentarse en su asiento y exhaló para calmarse, Juan Pablo saltó dentro del coche con un grito.

"¡Vamooooos!"

Simón movió la palanca de cambios, cambiando de marcha en la velocidad de luz, y abandonó el terreno de la gasolinera demasiado rápido como para seguir las normas de tráfico. "¿Qué te pasó a ti, Villamil?" preguntó. No sonaba molesto, sólo confundido.

"Te lo explico," murmuró el futbolista con la voz amortiguado por la tela en la que hablaba. Y entonces, Simón se dio cuenta de cuál era la tela que bajaba el volumen de sus palabras. DIOS MÍO.

Estaba tumbado en su vientre sobre el asiento y la consola central del coche, porque se había lanzado dentro del vehículo con toda su fuerza. Resultó que así su cabeza aterrizó exactamente en un lugar específico del cuerpo de Simón. Un lugar entre sus piernas, que al parecer no le impidió a Villamil hablar.

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora