Quiero Volar

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Marzo, 1989, Algún Lugar en el Sur de California

El horizonte era agua.

Villa no lo podía creer. A su izquierda se encontró solamente agua. Simón y él estaban de camino hacia San Francisco en un coche robado, recorriendo la California State Route 1. Es como un sueño.

"Es hermoso," observó Simón, mirando a su amigo. Había notado como Villa contempló el océano Pacífico, aunque lo más hermoso fuera algo más. Qué adorable eres con esas gafas de sol.

"Ni siquiera puedo cerrar mi boca," rió Villamil y siguió admirando la vista con la boca abierta. La carretera no partió las rocas verdes y pedregosas, sino era parte de ellas. El asfalto gris fluía junto con el paisaje de la costa, no la cortó. Se había vuelto parte del paisaje entre las rocas y el océano turquesa.

"No puedo, Simón, es imposible," dijo de nuevo, refiriéndose a cerrar su boca abierta. Giró su cabeza de un lado a otro, capturando cada impresión en este hermoso lugar de la tierra. La brisa salteada del océano soplaba contra su cara; sus dedos invisibles acariciaban su cabello, como si le mostraran cariño en sus últimos meses de vida. Mostrándome que todavía soy querido.

Villa se arrodilló en el asiento y cogió el borde del parabrisas. Su cabeza se asomaba por el vidrio y se confrontaba con el viento fuerte. Todo su cabello estaba revuelto como el huevo que Simón le solía hacer cada mañana en Los Ángeles. El viento causó unas lágrimas solitarias en sus ojos, pero las llevó consigo igual de rápido. Él no lo podía saber, pero aquellas gotas saladas fueron catapultadas hacia la ardiente esfera naranja del sol, y se sumergieron elegantemente en el océano debajo de ella.

"¿Villa?" La voz de Simón sonaba lejos, como si fuera de otro mundo. Un mundo donde no sólo existía Villa, el viento, y el paisaje.

"¿Sí?" reaccionó Juan Pablo. Todavía estaba sujetando el parabrisas y gozó del viento, pero dirigió su atención hacia su amigo. Pequeñas arruguitas de felicidad rodeaban sus ojos cuando ellos miraron a Simón.

Simón levantó su cabeza para observar a su amigo. "¿Cómo te sientes?" Villa halló la risa en su voz, haciéndole reír a él también.

"Me siento como si estuviera volando," contestó y volvió su vista hacia el paisaje. Estoy volando.

"¿Qué?"

"¡Estoy volando!" gritó Villamil hacia el viento. Sus brazos se dirigieron al mismo cielo donde su grito viajó hacia las nubes. La sensación de las brisas del mar en sus brazos se sintió como el corriente que mantenía los pájaros volando. Sus brazos eran sus alas y el viento era el aire debajo de ellas. Fue increíble.

Juan Pablo planeaba en el aire, fuera del alcance de sus preocupaciones. Vio el paisaje pasar por delante, pero él flotaba encima de él. Villa estaba encima de todo, ningún pensamiento de su muerte próxima le alcanzaba. Estaba un poco solo aquí arriba, pero al mismo tiempo no lo estaba. Simón le acompañaba siempre.

Villa echó una mirada feliz a su amigo. Simón estaba conduciendo tranquilamente y, como si percibiera la mirada de Juan Pablo, volteó su cabeza durante un corto momento para regalarle una sonrisa genuina. Todo está perfecto, pensó Villamil. Hasta que un antojo repentino le invadió.

"¡Simón!" Villa gritó como si su vida dependiera de ello.

"¿Sí?" El chico de lentes contestó con calma, aunque un segundo antes se hubiera asustado sin mesura ante el grito de Villamil.

"Allí está un diner y quiero entrar," explicó. Señaló hacia el restaurante con luces de neón con su brazo extendido, concretando su ruego. "Tengo hambre," agregó con una sonrisa. Eso bastaba para que Simón encendiera el indicador y entrara al aparcamiento del diner.

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora