Quiero Olvidar Mi Enfermedad

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Febrero, 1989, Río de Janeiro

"¡Niños! ¡Les preparé desayuno!" El grito provenía desde los pulmones de Giovanna, que poseían una capacidad enorme. Las tablas del suelo vibraban a causa de la intensidad de su voz, haciendo que el resto más pequeño de polvo cayera desde las uniones de la madera de la litera.

No se podía decir que Simón se despertó, porque no dormía. Más bien lentamente abrió sus pesados párpados después de una noche de debatir con él mismo sobre si debería tocar el trasero encima de él mientras Juan Pablo dormía. Al final, no lo había hecho.

"¡Buen día, Monchito!" exclamó Villamil y su sonrisa extática apareció al lado de su colchón, mirando hacia abajo. "Espero que hayas dormido tan fenomenal como yo," cantó en su voz dulce y sujetó el borde de la cama para no caerse de ella. Por el entusiasmo y la alegría que radiaba, se inclinó tanto hacia delante, que se cayó a pesar de su agarre firme.

"¡Villa!" En un segundo, Simón estaba totalmente despierto. Corrió hasta donde su amigo había aterrizado en el piso, después de haber completado dos volteretas involuntarias a causa del ímpetu de su caída. "¿Estás bien?"

"Sí, mejor que nunca," contestó y se levantó torpemente. La sonrisa en su cara casi deslumbró a Simón, pero él se rehusó a cerrar los ojos porque la quiso admirar hasta que desapareciera. Villa intentó arreglar su cabello, que asomaba de su cabeza en todas las direcciones, pero falló. Afortunadamente, eso le importó tanto como su caída: absolutamente nada. "Voy a vestirme y nos vamos a desayunar," declaró.

"Sí," respondió Simón. Sí a todo lo que dices.

"¡Ay, amo Río de Janeiro!" exclamó de repente, mientras extendió una camiseta para ponérsela. Simón estaba seguro de que la sonrisa de Villamil no desaparecería en toda la mañana, y eso significaba que había mucho que admirar para él.

Yo te amo a ti, respondió dentro de su cabeza. Mucho más de lo que tú amas Río. Juan Pablo le estaba dando la espalda, pero eso no impidió a Simón contemplar todos sus movimientos. Los rayos del sol brasileño, que entraban por la ventana emborronada, acertaron su piel antes de que se escondiera debajo de la tela de su playera. Con esa imagen y el pensamiento de su viaje en su mente, curiosamente Simón se relajó. Se sentía cómodo, sabiendo que Villa disfrutaba lo que estaban haciendo. Quizá porque su plan de hacer el resto de la vida de Juan Pablo inolvidable parecía funcionar; o quizá porque amaba pasar tiempo con la persona que quería.

Quizá simplemente porque Villa estaba feliz.

Le regaló una última mirada enamorada y también se vistió. Juntos bajaron las escaleras hasta la cocina colorida de Giovanna, oliendo el aroma de un desayuno elaborado y una veraniega felicidad casi palpable.

"Buen día, Giovanna," saludó Simón y Villa le sonrió, incapaz de saludarla en palabras.

"¡Mis niños!" exclamó y le envolvió a cada uno en un abrazo fuerte y un poco húmedo. Bastaba mencionar que las temperaturas acá eran mucho más altas que en Bogotá y se le podía notar a Giovanna. "¡Siéntense! ¡Coman lo que quieran!" La brasileña hizo un gesto con su mano, señalando a la gran cantidad de comida que había preparado para sus visitantes.

"No podemos agradecerte lo suficiente. Muchas, muchas gracias," agradeció Simón y tomó asiento, tal como Villa y la dueña de la casa.

"De nada, niño de lentes," contestó, sonriendo cálidamente. La mesa en frente de ellos estaba llena de todo lo que se podía imaginar que era socialmente aceptado comer como desayuno. Y, por supuesto, en la mitad de la mesa se ubicaba una cafetera que irradiaba un olor irresistible. La mujer sirvió café a tres tazas con una sonrisa en sus labios pintados en un rojo intenso.

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora