Quiero Hacer Paracaidismo

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Marzo, 1989, Los Ángeles

Dieciséis horas. Habían pasado dieciséis malditas horas dentro de este cacharro aéreo.

Y, para empeorar el humor de Simón aún más, Ricardo había anunciado que esta vez tendrían que aterrizar de nuevo para echar gasolina. Qué buena suerte la mía.

Villamil, por otro lado, había pasado las primeras cuatro horas durmiendo y sólo se había levantado la primera vez que tenían que aterrizar para ir al baño y comer algo, sólo para volver a dormir de nuevo. Así lo había hecho las primeras dos veces que el avión necesitaba combustible. Ahora que se acercaba la tercera y, afortunadamente, la última escala, se había despertado una hora en avance, por fin haciéndole compañía a Simón. Aquel había tenido que pasar más que quince horas completamente despierto porque no podía relajarse ni nada en su asiento, ni hablar del ruido que impedía cualquier descanso para cada persona aparte de Juan Pablo Villamil Cortés, como parecía.

El pelinegro había leído el único libro que traía consigo – uno que Giovanna le había regalado – tres veces completas durante este vuelo y no podía leer ni el título otra vez si no quería vomitar. Hablando de 'vomitar': además, Simón sentía un constante mareo que no cesó, no importaba si comía algo, bebía algo o intentaba descansar. Así que, media hora antes de que Villa se hubiera despertado, el chico mayor se había entretenido a través de literalmente contar los segundos hasta que llegaran. Había alcanzado a contar hasta mil setecientos cuarenta y seis.

"¡Miren, chicos!" exclamó Ricardo de repente. "¡Vean el paisaje hermoso!"

Ya que su última parada se acercaba, el avión estaba relativamente bajo a unos cuatro kilómetros de la tierra y así tenían una vista perfecta a la mezcla de montañas, desiertos y eriales que California poseía. En la distancia se veía los rascacielos de Los Ángeles, los lagos de Palm Springs y las autopistas grises que cortaban el campo en piezas. Simón tomó una foto del panorama y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. De verdad, esta vista era asombrosa.

A Villamil también se le cortó la respiración. En la sierra de montañas que vio a través de la ventana izquierda distinguió unas letras blancas que deletreaban una palabra específica: HOLLYWOOD. No podía creer que de verdad se encontraba sobre esta atracción turística tan conocida, que de verdad se encontraba sobre tierras estadounidenses; si lo desearía, podría irse a Los Ángeles, San Francisco, San Diego... a todos los lugares en los que viven las superestrellas, los famosos cantantes y los actores legendarios. Simplemente tenía que verlo todo. Ya.

Sin pensar más sobre ello, Villa sacó su equipaje del compartimiento, desató el paracaídas de la pared y se lo puso sobre la espalda, asegurándose de que cumpliera cada prerrequisito necesario para hacer el paracaidismo sin, pues, morirse. Había leído sobre él en una revista de deportes extremos cuando había estado en el hospital y se lo había memorizado lo mejor que pudo. Había sido aquella revista que le había sugerido la idea de hacer paracaidismo en primer lugar. Y este punto todavía estaba en su bucket list.

"Ricardo, ¿cómo se abre la puerta?"

"¿Qué–?" empezó el brasileño, pero el grito alterado de Simón le interrumpió.

"¡¿QUÉ COÑO HACES, VILLAMIL?!"

"Quiero hacer paracaidismo y llegar a la señal de Hollywood," contestó en un tono tranquilo y serio; como si no estuviera a punto de saltar de un avión.

"¿Estás loco? Si saltas de este puto avión sin haberlo hecho ni una vez, ¿cómo supones que quieres sobrevivir? ¿Quieres morirte ya?" Simón estaba fuera de sí y no había calculado qué su última frase provocaría en su amigo.

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora