Quiero Tener Delirios De Delincuente

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Febrero, 1989, Bogotá

Cuando los dedos suaves de Simón – que sólo estaban acostumbrados a pasar las hojas de sus libros – agarraron las rugosas ramas de la enredadera que se torcía elegantemente hacia arriba, solamente podía pensar una cosa: ¿Qué rayos estoy haciendo?

Se aferró a otra rama y lentamente pisó otro palo que ofrecía suficiente fuerza para que se pudiera apoyar en él. Y así trepó la planta alta que llegó hasta la ventana del cuarto de Villamil. ¿Por qué estoy haciendo esto? Sintió como las ramas áridas raspaban su piel blanca, dejando finas excoriaciones en sus manos. Pero todo valió la pena.

El día había empezado normal; pues, si se podía llamar estar ausente de la escuela el quinto día siguiente 'normal'. El chico de gafas había pasado la mañana con Juan Pablo en el hospital, pero de repente Villa había dicho algo sin pensar, algo que tal vez su subconsciente deprimido le había forzado a decir para desviarle de su muerte próxima.

"Hagamos paracaidismo. Tú y yo. Hoy. ¿Qué dices?" A Simón se le paró la respiración. La pregunta le había atrapado en frío.

Se aclaró la voz, sin saber qué responder al respeto. ¿Me lo he imaginado otra vez?

"¿Simón?" La mirada inocente de Villa excedía todas las escalas de ternura que existían. Su iris de un verde amarronado brillaba en la luz del sol primaveral que entraba por la ventana, haciéndole imposible a Simón negar su propuesta. "Ehm... okay. Pero, ¿dónde quieres hacerlo, Villa?" preguntó el chico de lentes.

"Sé dónde podemos hacerlo acá en Bogotá. Tú tienes un carné de conducción, ¿no?" La voz de Villamil estaba llena de esperanza y una sonrisa amplia se acomodó en su boca rosada. ¿Cómo puedo decir que no a este hermoso ser?

"Sí, puedo pedir prestado el auto de mis padres, supongo..." Al final de su frase, el impulso de sonreír ganó contra las dudas de Simón, haciendo que una sonrisa de lado apareciera en sus labios suaves.

Por eso, ahora estaba trepando alguna planta áspera para poder irrumpir en el piso de la familia Villamil Cortés. Entre todas las cosas que pensaba que nunca haría, esta era la última. Juan Pablo le había dicho que él no tenía permiso de dejar el hospital, así que los chicos tenían que escapar de la clínica sin que alguien los viera ni notara que Villamil faltaba. El hecho de que todo esto estaba prohibido emocionó más a Simón, quien hasta hace unas semanas había pensado que nunca en su vida tendría ningún delirio de delincuente ni la oportunidad de siquiera estar con su crush a solas en una habitación.

Por fin sintió un frescor agradable que calmaba sus dedos gastados de la leñosa mata que subía, originando del alféizar de piedra que indicaba que Simón había alcanzado su destino. Lo agarró y logró alzarse completamente al capialzado gris, usando sus pies para poder sentarse en él. Villa le había rogado con su mejor mirada de cachorro a Simón que recogiera alguna ropa y otras necesidades de la casa de Juan Pablo, pero la pregunta por qué el chico inteligente debería irrumpir en su piso ilegalmente en lugar de que sus padres o su hermana se le trajeran, se quedó sin respuesta. Simón prefirió no interrogarle más, ya que temía que su actitud alegre cambiara de nuevo a una tristeza profunda.

"Uf..." jadeó Simón, quitándose el sudor de su frente y arreglando su corbatín. Todo por ti, Villa. Sacudió el polvo y las hojas secas de sus pantalones antes de dirigirse a la ventana cerrada. Metió su mano en el bolsillo derecho de su chaqueta de pana, palpando su tarjeta de la biblioteca. La sacó y vio un chico joven con gafas demasiado grandes para su cara tierna devolviéndole la mirada. Simón poseyó esta tarjeta desde hace muchos años y siempre había evadido algún riesgo que pudiera dañarla de alguna manera. Sin embargo, ahora la metió en la hendidura fina entre la ventana y su marco de madera, deslizándola hacia abajo con un movimiento rápido. ¡Clic!

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora