Quiero Compañía

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Enero, 1989, Bogotá

El ventilador giraba, y giraba, y giraba. Una y otra vez. Y otra vez.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Las vueltas de la máquina eran la única distracción que Juan Pablo encontraba en la incómoda habitación del hospital. El médico le había ordenado que permaneciera en su cama hasta que se decidiera qué terapia se iba a emplear. Cincuenta y dos, cincuenta y tres, cincuenta y cuatro...

La familia Villamil no era rica, para decir la verdad la madre y el padre de Juan Pablo trabajaban cada día para pagar la renta y asegurar que sus hijos tuvieran todos los materiales para la escuela y el deporte que hacían. ¿Noventa y uno? ¿Noventa y dos? Mierda. A Juan Pablo nunca le había importado que sus padres regresaran a casa muy tarde, hasta ahora. Se sentía indescriptiblemente solo en su cama en el hospital. Ellos tenían que trabajar, su hermana estaba en la universidad, y parecía como si a sus amigos no les importara. Qué estupendo mejor amigo eres, Marco.

Juan Pablo miró al cielo de un azul claro a través de la ventana. Unos cuantos pájaros volaban por delante, disfrutando del aire fresco del enero. Ahora un partido de fútbol sobre el pasto congelado del parque sería perfecto. O sólo un compañero de habitación. De alguna manera, sus padres habían conseguido que quedara en un cuarto solo, para que pudiera descansar y recuperarse. Pero en este momento deseaba a alguien que le regalara su compañía, que le regalara algunas palabras reconfortantes. Como 'no vas a morir'. Qué pensamiento ingenuo; en algún instante todos nos vamos a morir. Sin embargo, nada era peor que morir solo.

El suspiro triste y al mismo tiempo tremendamente aburrido del joven alumno resonó en el dormitorio aséptico. Afuera, cada uno seguía su rutina diaria sin importarles que un joven estaba acá en el hospital, sabiendo que iba a morir muy pronto. La vida estaba siguiendo como siempre, pero nada era como siempre. La vida de Villa había cambiado drásticamente en un par de horas y a nadie le interesaba. Los pájaros afuera están cantando como si nada hubiera pasado, como si yo no estuviera muriéndome de aburrimiento y de leucemia a la vez en este puto hospital.

Una ira sobre el mundo entró a las venas de Juan Pablo, aunque supiera que sólo era una reacción de su cuerpo para poder asimilar la situación. ¿Por qué nadie se preocupa por mí? Aparte de su familia, nadie, absolutamente nadie pensaba que era necesario visitarle o por lo menos dejarle un mensaje de un buen restablecimiento. Juan Pablo contrajo sus dedos y golpeó al colchón con su puño una y otra vez. De repente, paró.

Oyó como la puerta se abrió y el doctor entró a la habitación sin tocar la puerta. Llevaba sus gafas colgando de una cinta de su cuello y otra vez llevaba su sujetapapeles en una mano y su bolígrafo en la otra.

"Buenas tardes, Juan Pablo."

¿Buenas tardes? Claro que la tarde es buena porque no me voy a morir pronto.

"Hola," replicó secamente.

"Juan Pablo, creo que ya sabes de la gravedad de tu enfermedad y lo lamento muchísimo," empezó. "Hablé con tus padres esta mañana y discutimos por mucho tiempo sobre la terapia más efectiva para ti. Resulta que la quimioterapia y la radioterapia podrían ayudar en demorar tu enfermedad, pero no es muy probable que puedan vencer la leucemia al cien por ciento."

"¿Q-qué significa?" balbuceó Juan Pablo.

"Mira, chico." El médico arrastró una silla hacia la cama de Villamil y se sentó en ella, juntando sus dedos. "Lo que hacemos normalmente es extraer una pequeña muestra de la médula ósea y analizar profundamente desde hace cuánto tiempo el cáncer ya ha afectado las células allí. Entonces podemos determinar qué terapia sería la mejor. Por ejemplo, si la leucemia todavía no afecta cada glóbulo, podemos extraer parte de la médula ósea y tratarla con radiación para que cambie al estado normal otra vez. Después, la reinsertamos en tu cuerpo y, si todo va bien, esa parte sana se recopilará y después de un tiempo ganará sobre la parte enferma."

Esto suena interesante. Tal vez no me muera. "¿Lo van a intentar conmigo?" preguntó lleno de esperanza.

"Bueno... pues... la cosa es que ese proceso requiere muchos utensilios especiales y la colaboración de muchos especialistas y por eso, cuesta mucho dinero." El doctor esquivó la mirada fija de Juan Pablo a través de bajar su vista al suelo. "Ya lo comenté a tus padres y me dijeron que van a intentar obtener un préstamo del banco. Eso significa que probablemente en dos días podemos empezar con la radioterapia y quimioterapia." Alzó su vista otra vez y le miró intensamente.

Villa no podía hablar. Sintió una pequeña chispa de esperanza en su pecho, pero la expresión extraña en la cara del médico le causó un nudo en la garganta.

"Desafortunadamente, esta terapia además no asegura un restablecimiento inmediato. La probabilidad del fracaso de la radioterapia es igual que el éxito. Lo mismo pasa con la quimioterapia, que también es muy cara." El médico agarró su bolígrafo nerviosamente, no sabiendo qué hacer.

"Pero lo van a intentar de todos modos, ¿no?" preguntó Villamil en una voz débil.

"Claro, chico. Haremos todo lo posible para ayudarte. Sólo es mi obligación informarte de todos los riesgos y efectos de las terapias antes. Y necesito asegurar que entiendas que esto no significa que te recuperaras, así como así. Sin embargo, es posible que podamos ayudar a tu cuerpo a vencer tu enfermedad hasta que sanes otra vez." Una leve sonrisa apareció en su boca por unos segundos.

"¿Y no hay absolutamente nada que podemos hacer para que funcione seguramente?" preguntó Juan Pablo con un hilo de voz.

"Pues, existe una manera en la que te pudieras recuperar rápidamente y sin problemas," suspiró el doctor.

"¿Cuál?" susurró Juan Pablo, los ojos abiertos como platos.

"Si de alguna manera encontramos un donador de médula ósea con el mismo código genético que tú, podríamos extraer una parte suficiente de él e insertarla en la tuya. Pero creo que ya sabes que es casi imposible encontrar a alguien así en el mundo. Una cantidad diminuta se matricula como donador... Lo siento, Juan Pablo." Se podía ver una alta incomodidad en la expresión facial del médico, pero ni in rasgo de tristeza. Qué hijo de puta.

Villa sólo asintió y apartó su vista del hombre, dándole a entender que se fuera. El doctor se levantó y con una despedida seca desapareció detrás de la puerta, dejando detrás de sí un adolescente cuya esperanza completa dependía del tratamiento profesional de los médicos en los próximos días. Que, sin embargo, tenía la misma probabilidad de ayudarle como la probabilidad de que no lo hará.

Adiós, vida.

Empujó su cabeza en su almohada estéril y respiró hondo. Un día más así y me vuelvo loco.

De repente, alguien tocó la puerta. ¿Es el puto médico otra vez? Qué genial.

"Entre," dijo en un volumen suficientemente alto para que se oyera al otro lado de la puerta. Percibió como alguien abrió la puerta y después una persona apareció desde detrás de la esquina.

"Hola, Juan Pablo."

"¿Simón?"

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora