Quiero Ver El Mar

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Febrero, 1989, Río de Janeiro

Simón Vargas acabó de descubrir que a partir de este día nunca en su vida subiría a una moto sin conocimiento previo. Y sin casco. Y sin saber adónde demonios estaba conduciendo en la mitad de una ciudad desconocida con colinas y callejones tan estrechos como las agujas de Giovanna.

Por el contrario, Villa seguía riendo y riendo, sin importarle los peligros y las maniobras arriesgadas de Simón con la moto. Y si Villamil estaba contento, Simón – a pesar de su opinión sobre aquellos vehículos de dos ruedas – lo estaba también.

De este modo, ambos chicos regresaron alegres pero agotados a su cuarto, echando un suspiro simultáneamente. Esto les hizo reír, hasta que Villamil habló.

"Oye Monchi, debemos hacer algo esta tarde. Tenemos que ir a visitar más lugares de esta ciudad." Su sonrisa ancha era motivo suficiente para que Simón estuviera de acuerdo con cualquier cosa que salía de esa boca rosada.

"Claro, lo que tú quieras."

"Bueno... entonces... ¡sí! ¡Quiero ir a la playa!" exclamó Juan Pablo, saltando a sus pies. "¡Sí, sí, sí sí!" Villamil sacó la bolsa de deporte desde abajo de la litera, buscando la ropa adecuada para esta calurosa actividad.

"Okay, ya veo que no dejas espacio para ninguna queja sobre tu decisión," rió Simón y también se puso en busca de algunos shorts. Ya que el chico de gafas no había podido empacar nada de ropa de su casa, Giovanna le había permitido llevar cualquier prenda de su antigua colección del año pasado que todavía estaba en su trastero. Además, le había cosido tres camisetas simples unicolores rápidamente para que no tuviera que salir de la casa llevando camisas abigarradas con lentejuelas del Carnaval pasado.

"Estoy listo," proclamó Villa cuando había cambiado su ropa a la velocidad de luz. Estaba parado en frente de Simón llevando una playera blanca estampada con el logo de Superman y unos shorts azules. Unos shorts muy cortos. MUY cortos. Dios.

"Ejem, Villa... ¿por qué sólo llevas una pantufla?" Simón estaba mirando fijamente a los pies de su compañero, quien sólo llevaba dos calcetines – uno llegaba hasta la mitad de su espinilla, el otro estaba arrugado sobre su tobillo – y una pantufla rosada del hospital.

"¿No te acuerdas? Perdí la otra en la gasolinera cuando nos escapamos," sonrió Villa, pasando su mano por su cabello oscuro.

"¿Y por qué no llevas tus tenis?" La expresión facial de Simón era pura confusión.

"Porque no quiero llenarlos de arena, tonto," explicó el menor, abriendo la puerta para bajar las escaleras. "¿Vienes?"

Negando con la cabeza, Simón siguió a su amigo, riendo internamente sobre lo adorable qué era Juan Pablo. Se despidieron de Giovanna y pisaron las calles de Río a las ocho de la tarde, respirando las brisas frescas y saladas que venían del Océano Atlántico. Una ráfaga suave acarició las copas de las palmeras que ribeteaban las calles, también desarreglando un poco el cabello de Simón. Liberó su frente de sus mechones azabaches con una mano, echando un suspiro.

"¿Cómo quieres ir a la Copacabana?" preguntó Simón, deseando con toda su alma que hubiera alguna manera de llegar allí a través de transporte público en lugar de tener que montar la moto suicida de la costurera.

"Podemos ir en moto ¿no?" interrogó Villa de buen ánimo. "¿Cuánto tiempo dura conducir allí?"

"No sé... ¿unos veinte minutos tal vez?" contestó el mayor vacilantemente.

"Perfecto, nos vamos con la moto entonces," concluyó Villamil alegremente, dirigiéndose hacia el objeto nombrado.

Genial. Este hombre de verdad me controla sin saberlo.

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora