Quiero Cambiar El Pasado

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Marzo, 1989, Los Ángeles

"¡Eres un genio, Simón!" exclamó Juan Pablo y, después de tomar carrera, saltó al colchón tan fino como su cuerpo delgado. "Lo amo, Monchi, lo amo," suspiró y extendió su cuerpo sobre la cama.

"Ya, ya," rió el azabache, sentándose en el rígido banco de madera al lado de la cama. "Soy un genio." Apoyó su codo en el respaldo del banco y observó a su amigo. Su cabello oscuro se esparcía alrededor de su cabeza como un abanico valioso, contrastándose con el colchón blanco como la nieve. Juan Pablo movió sus brazos abajo y arriba, como si hiciera ángeles de nieve en aquella agua helada. Ay... Robaste mi corazón y ni siquiera lo sabes... Motivado por sus pensamientos enamorados, Simón decidió arriesgarse. "Y también soy tu héroe," agregó. Por favor, entienda la indirecta, entienda la indirecta.

"Sí, claro que lo eres, pero por favor recuerda que mi verdadero héroe es Superman," se burló y se sentó en la cama. Le devolvió la mirada a Simón. "¿Cómo diablos lograste alquilar esta caravana?"

"Es bastante fácil si sabes hablar el inglés."

"¡Cállate, tonto!" rió Villamil y le golpeó en el brazo para que su cabeza cayera de aquel.

"Hey, sólo digo la verdad." El mayor también rió, pero por dentro estaba un poco decepcionado. Claro que entendió esa indirecta, pero la primera no.

"¿Y el dinero de Giovanna es suficiente?" La voz juvenil de Juan Pablo estaba preocupada. Arregló su copete habilidosamente y esperó una respuesta.

"Sí, sí, es suficiente." Simón dejó que su mirada recorriera el interior de la caravana, pensando en la razón porque había podido alquilarla con poco dinero. "Es que este es el modelo más viejo y gastado que hay," señaló y así provocó que Villamil se levantara repentinamente.

"¡¿Viejo?!" El castaño hizo un gesto con sus brazos que señalaba hacia toda la caravana. "¡¿Eso lo llaman viejo?!" Anduvo hacia la estufa diminuta y señaló hacia ella con un dedo. "Esta cocina es mejor que la que tenemos en mi apartamento," añadió, así comprobando su punto de vista.

"Ya sé. Yo tampoco entiendo a los californianos," sonrió Simón. El colchón chirrió levemente cuando Villamil volvió a sentarse.

"¿Sabías que eres la única persona de mi clase que ha estado en mi piso?" Su comportamiento había cambiado, el futbolista estaba más serio.

"No, no lo sabía. Supongo que es un halago ¿no?" Simón todavía le observó sobre el respaldo del banco.

"No quise que supieran de nuestra situación financiera," siguió Juan Pablo, quien parecía querer continuar hablando y exponiendo sus pensamientos sin parar. "Porque nunca me dieron la sensación de que su amistad fuera segura. Por ejemplo, siempre creí que, si invitaba a Marco a mi piso, dejaría de ser mi amigo el próximo día. Sólo porque sus padres tienen un salario más alto que los míos."

Simón le miró con pura ternura en sus ojos marrones. "Lo lograste admirablemente bien, Villa. Yo tampoco supe de eso hasta que irrumpí en tu piso," dijo, sonriendo enamoradamente.

"No sé por qué, pero contigo nunca tuve ese miedo de perderte por una razón tan estúpida," sonrió el menor y cruzó su mirada con la de Simón. Villa se paró y caminó hacia el banco. "Gracias por eso.". Tomó un bombón de la caja abierta, que posaba sobre la mesa.

"De nada, es lo que debo hacer como tu mejor amigo," concluyó Simón. Vio como Juan Pablo comió la pieza de chocolate del Dia de San Valentín, causando que una anécdota frustrante entrara a su cabeza.

Era el Día de San Valentín en el grado diez y algunos alumnos habían organizado un tipo de servicio de correo especialmente para este día. Constaba de unas cartas de forma de un corazón, que se podía enviar a su crush, anónimo o con remitente. Desde hace una semana era el tema principal de las conversaciones de las chicas de la clase: a quién mandarían una carta y, lo más importante, quién las enviaría una carta a ellas.

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora