Quiero Escapar

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Febrero, 1989, Bogotá

Ayer Simón le había prometido que iban a realizar cada punto de su lista, y eso, considerando que Villa podía morir muy pronto, le ponía triste y nostálgico al joven futbolista. Sabía que debería emocionarse por la promesa de su amigo, pero estaba consciente de que la mayoría de sus sueños eran ridículos y que Simón no era capaz de ayudarle a cumplirlos. No obstante, eran sus últimos deseos y no podía ignorarlos como si nunca los hubiera escrito en aquel papel, como si nunca se los hubiera dicho a su amigo. Y ese era exactamente el problema: comentándole a Simón todos sus sueños antes de morirse, le recordaba que exactamente esto iba pasar: él iba a morir.

Como resultado, la noche pasada se había convertido en una lucha de su esperanza restante contra los pensamientos depresivos tratando de su muerte próxima. Hoy se había despertado, sintiéndose agotado y de alguna manera diferente. No había tenido ninguna idea por qué había querido lanzarle la comida en la cara de la enfermera que le había traído el desayuno. Tampoco sabía por qué unas inmensas ganas de golpear el espejo en el baño con sus puños le habían inundado. Solo había deseado destruir el cristal para que el reflejo del chico, que no tenía nada más que hacer aparte de esperar su muerte tumbado en una camilla de enfermo, desapareciera.

De alguna manera se había sentido diferente, y en un momento de la mañana se había enterado de la respuesta a cada uno de los 'porqués' mencionados. Una rabia había estado dentro de él que le había ayudado a encontrar aquella respuesta, esa ira sobre la vida miserable que le enfrentaba antes de su muerte.

Era obvio que Juan Pablo no quería morir, pero nunca jamás quiso morir así. Tengo que hacer algo, algo para detener que mi vida se acabe antes de que yo esté muerto de verdad.

Qué suerte que Simón había aceptado la propuesta de Villa de escapar del hospital para un día e ir a hacer paracaidismo. Y qué suerte que no descubrió mi intención verdadera.

"Volví, Villa," saludó Simón al entrar al cuarto de su amigo por segunda vez este día. "Y creo que empaqué todas tus necesidades," señaló, depositando la bolsa de deporte de Juan Pablo en la silla, donde normalmente él tomaba lugar.

"¿Nos vamos ya?" preguntó Villamil con un montón de esperanza en su voz. El chico guapo se levantó de la cama, haciéndole entender a Simón que quiso marcharse. Pero pareció haber olvidado un detalle importante.

"Sólo llevas tu bata de enfermo, Villa," le recordó Simón, sonriendo divertidamente. Cogió la sudadera negra y los pantalones de su amigo de otra silla y lanzó las prendas hacia Juan Pablo. "Venga, vístete, guapo."

Apenas haber terminado su frase, se dio cuenta de lo que acabó de decir. Cubrió su boca con la palma de su mano en una manera que mostró su sorpresa sobre sus propias palabras, buscando la mirada de Juan Pablo con ojos aterrorizados.

"¿Guapo?"

Soy un imbécil, soy un imbécil, soy un imbécil... La cabeza de Simón amenazó con explotar a causa de la vergüenza adentro. Vacilantemente retiró su tambaleante mano.

"Perdón, no quise decirlo."

"Pero lo dijiste."

"Pues eres guapo, Villa. ¡Date cuenta y vístete, por Dios!" El chico de lentes se volteó, escondiendo su nerviosismo debajo una actitud molesta. Disimula, Simón, actúa como si nada raro hubiera pasado y disimula.

"Tú cálmate, amigo. No pasa nada," rió Villamil, acercándose al otro chico. Alzó su vista y le miró a los ojos, sonriendo. "Somos dos guapos que van a hacer paracaidismo, no puedes cambiarlo, tonto."

"¿Tampoco puedes cambiar tu ropa?" interrogó Simón en un tono irritado. ¿Cómo puedo hablar si él me acaba de decir que también soy guapo? ¿Cómo puedo disimular como lo estoy haciendo en este momento? ¿Cómo puedo seguir viviendo?

Antes De Los VeinteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora