Me enamoré de tí cuando me perdí entre tus labios, persiguiendo tus sonrisas abandoné el sendero, me adentré en tí, me perdí en tu propio bosque. Me enamoré de tu figura, perseguía hadas de virginales alas que aún aprendían a volar, no me atreví a tocarlas. Me enamoré del filo de tu falda, aquel que eterno giraba, el guardián de tu templo, movido por el viento y cerrado ante todo aquello que fingió quererte. Nos perdimos en tu propio bosque, las flores silvestres aún húmedas por la lluvia supuraban amor; y tú, sigues riendo, tumbada sobre esas ortigas que jamás osaron envenenarte, condenada a buscar amor verdadero, condenada a ser feliz. Hasta Dios siente envidia de tus pecados.