Echo de menos tu voz. El verte, el reír contigo, tu piel, tu aroma, tu suavidad; la forma en la que sin palabras me decías todo lo que querías, el sabor de tus besos, tu fuerza, tu ropa; tumbarnos de madrugada en un parque para hablar de nada, que se nos haga la una, las dos, las tres o las cuatro de la mañana; y sentir que todo ha ocurrido en un solo latido. Echas de menos su voz, el verla, su risa, su piel, su aroma; el esforzarte por estar a su lado, el dolor que te genera el no tenerla, sus pasos, su música, su luz, aquella que incesante te envuelve y ciega, que no te deja ver qué te estás volviendo loco. Echo de menos aquellos días en los que no te conocía, en los que yo amaba a quien no me correspondía pero lo aceptaba, en los que mi arte se movía gracias a las tormentas que él generaba, su manera de rechazar mi aire, de cortar todas las flores que yo había plantado a mí alrededor solo para que me mirase, para sentir que era bello. Me hiciste superar eso, pero, ¿Ahora qué? Ahora busco escusas para saber que sigues ahí, que no vas a abandonarme. Quiero pensar que, de algún modo, me quieres, pero que cegado por esa Luna, forjada en arte y pintada de ilusión; no puedes o incluso te niegas a verme, pero estoy aquí.
No te quiero por tu cuerpo.
No te quiero por un beso.
No te quiero por todo lo que tienes.
Te quiero.