Levantas la cabeza y ves tu perfecta obra; ves el agua inundándolo todo, asfixiando las flores que plantamos, trayendo consigo el silencio; ves el aire, notas como las esquirlas de vidrio que su etérea malicia arrastra, atraviesan las alas de los pájaros reflejando su dolor en sí mismo, tiñéndose de rojo e iluminando la habitación como si de fuego se tratase. Caminas, ni el afilado aire osa tocar a su Dios, el agua se separa a tus pies y las pútridas flores crecen alimentadas por el odio, se enredan, devoran tu templo, conquistan tus entrañas; todas esas flores que por no amarte decidiste sacrificar ahora lentamente crecen en tu interior alimentándose del poder que generó todo ese caos brillante.