Déjate llevar por la corriente, estira los brazos y cierra los ojos, deja que la sal recubra tu cuerpo y que el agua te meza en su seno, que te devuelva a la cuna, deja de respirar por un momento. Sumérgete lentamente, reposa en el lecho marino y acaricia su arena, naufraga, húndete junto al resto de los versos que no llegaron a cruzar el agua, ni los peces quieren devorarlos. Mira con recelo a la superficie y piérdete entre las medusas, que sus velos venenosos acaricien tu piel y te lleven con ellas, imítalas, únete a la corriente; unámonos al banco blanco, vamos a rematar a todos aquellos versos que no llegaron a salir de nuestras bocas.