Brillaba con luz cegadora, crecía en su dirección, como un árbol que busca tocar el Sol con sus ramas, sin saber que arde, que su luz es consecuencia de su naturaleza. Ahora, soy yo quien en llamas vive, por haberme acercado mucho me evaporó; ahogado por los gritos del universo el crujir de mis maderas suena insignificante, una gota de agua que intenta destacar en la lluvia. Vuelven las mareas, atraídas por su gravedad llenan mi aire con burbujas saladas, las flores que valientes crecieron en mi tierra se ahogan, no son capaces de sobrevivir. Todo fue devorado por la luz, aquella que no me dejó ver el fuego, llenó mi mundo, arañó su superficie y ahogó a la naturaleza que en él reinaba; la luz por la que vivía acabó dejándome ciego.