8. Spattergroit.

14.8K 1.2K 477
                                    

La incompleta familia Potter ya se encontraba en el comedor. A la cabeza de la mesa, el Sr. Potter sostenía un ejemplar de "El Profeta", ¿El encabezado? Los últimos ejemplares seguían tratando de lo mismo. Las cenas navideñas, algunos altercados en el ministerio de magia y el último partido de Quidditch.

A su lado, la Sra. Potter, agitaba su varita, mezclando así los ingredientes de una deliciosa ensalada. Prefería quedarse absorta de las noticias plasmadas en aquel diario, jamás se confío de esa imprenta. A su veredicto, manipulaban la información a su antojo.

Unos asientos después, un chico de gafas y otro de cabellos largos, hablaban animadamente sobre su regreso a clases. No había nada mejor que regresar a Hogwarts. El de cabellos de largos, se reservó para sí mismo lo sucedido la noche anterior, y lo guardaba con adoración, puesto que descubrió una nueva magia, una que no requeriría el uso de varitas.

Un asiento vacío junto a la Sra. Potter, esperaba ser ocupado.

-James, llama a tu hermana, dile que el desayuno ya está listo- habló la cabecilla de la mesa, bajando el diario ya terminado. Con los codos sobre la mesa y la espalda perfectamente recta.

James, giró su cabeza hacía las escaleras, e imaginando la pereza de subir cada escalón sólo para llamar a su hermana. Puso sus manos alrededor de su boca -¡Aura, el desayuno está listo!- volvió a su pose anterior, pasando por alto la mirada incrédula de su padre.

-Yo mismo pude haberle gritado, levántate y ve por ella-. James, con un bufido, recorrió su silla, pero antes de emprender camino hacía las escaleras, vio a su hermana bajarlas. Con el cabello más desordenado que de costumbre, y aun con su pijama; la cual tenía manchas verdes, ocasionadas por la fricción del pasto.

Y es que, la chica no se fue a dormir conjunto a Sirius, eso le hizo creer para que no la reprendiera. Sino que, se quedó un tiempo más mirando el cielo estrellado, creando sus propias constelaciones. La profundidad de dicho cielo, la meció en su inmensidad, dejándola perdida en un mundo de dulces seños. Pero su sorpresa fue mayor al despertarse y verse a sí misma en su habitación. Ahora no solo era un secreto suyo, sino también de Clementina.

En cuanto se acercó a la gran mesa, sus pulmones se vieron embriagados por una nube de dulce olor, del cual reconoció al instante la canela. Si bien, un olor fuerte pero dulce al mismo tiempo, casi describiéndola a ella.

Tomó asiento como lo hacía cada mañana, pero esta no sería igual. Ya que después tendría que acomodar sus baúles para regresar al colegio. Cosa para la cual necesitaba fuerzas, fuerzas que se quedaron bajo las sabanas sin ánimos de acompañarla en ese día.

-Querida, tu pijama- fue su madre la portadora de dicha voz, Aura ni se inmutó con dicha observación. -¿Qué estuviste haciendo?

Aura, con la vista cansada, dio un vistazo a su pijama, observando las machas en dicho atuendo. Y una risa se dibujó en su rostro, a pesar del cansancio que la perseguía desde que dejó su cama, no se arrepentiría de la noche anterior. Tanto por su compañía como por su imaginación vagante.

-Lo siento mamá, terminando el desayuno la llevare a lavar- nadie más parecía esperar una aclaración por dicha marca. Simplemente porque no les parecía lo realmente importante, o porque su estómago estaba ensimismado en la comida.

[...]

Aura regresó a su habitación, juntando su fuerza de voluntad por no caer ante la tentadora idea de tomar una siesta. Apartando la vista de la exquisita cama aun sin hacerse, fue hasta su baño, pensando que si tomaba una ducha podría pasar el resto del día con los ojos prudentemente abiertos.

Se despojó de sus ropas sucias, mirando con mayor detenimiento la mancha verde que se alargaba por casi todo el pantalón. Entró a la ducha, regulando la temperatura del agua, ya que siempre buscaba un término medio, ni caliente ni fría.

James, amo a tu hermana. •Sirius Black•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora