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«Se narran historias, típicas, de amantes trágicos y galantes caballeros, de viajes épicos a tierras imperecederas, del descubrimiento de antiguos y profanos conocimientos, mas todas estas leyendas bien podrían haber ocurrido en ese ancestral lugar.

Multon, el país del amanecer, donde la ciudad de Muctis es el primer asentamiento imperial, que recibe el cálido beso del sol cada mañana y la gran torre de cristal, se mantiene iluminada en su cúspide para proteger a los habitantes de los nocivos rayos de luz lunar, una energía tan perversa y antinatural, que parece ser la única debilidad de los altos elfos.

La raza primigenia, los altos elfos, erigieron desde que fueron creados por el divino Tob, ciudades magnificas donde la magia no solo se utiliza para embellecer cada estructura, es también usada como puntal y cimiento de muchas de las más grandes maravillas de las vastas ciudades imperiales.

Durante sus primeros años, los elfos se dedicaron a colonizar y educar a las primitivas gentes que los demás divinos habían confeccionado para apoderarse de Multon. Estas fallaron, pues su diseño imperfecto desembocó en una forma de paganismo que renegaba de Tob, en favor de cada uno de los divinos responsables de cada especie.

El evangelio de Tob fue entonces revelado por los elfos a todas las demás razas, muchas de las cuales volvieron al rebaño por su propio pie, pero no todos estaban dispuestos a aceptar la verdad y con obstinación se opusieron a los designios del Rey de los divinos, declarando la guerra a los señores del sol.

Los grandes señores elfos fueron comandados, entonces, por el mismísimo Tob a escoltar a los remanentes paganos, hasta las afueras de la tierra santa de Multon. Sin embargo, nunca se debe confiar en un yoruba hambriento o un Tigran que no saluda. En un acto de traición, sin precedentes, los paganos se rebelaron ante aquella noble raza y su dios, que no hicieron más que mostrarles compasión.

Las guerras se desataron por la tierra con una ferocidad nunca antes vista, los demás divinos, corrompidos por la envidia y codicia, se unieron a los paganos que los adoraban y se rebelaron contra el magnánimo Tob; al verse acorralado por quienes fueron su familia y hermanos, fue orillado a lo que hasta día de hoy se conoce como el réquiem de desesperación, donde el más bondadoso de todos los divinos arrancó de su corazón todo indicio de piedad y moderación, dejándolo caer desde el cielo para enfrentarse a los otros celestiales.

La batalla de los dioses fue rápida y brutal. Comandaron a sus huestes hasta la gran cicatriz carmesí y ya que superaban al ejército de Tob en 1000 a 1, este le compartió a su gente parte de su poder.

La tierra retumbaba y sangraba durante la batalla. La naturaleza misma gemía de agonía, mientras se ahogaba entre los restos mortales de quienes dejaban sus vidas por negarse a aceptar la verdad.

Tras la batalla, Tob asesinó y desmembró a cada uno de los dioses hermanos, consumió sus almas con apetito voraz. Fue entonces que fijó su mirada en aquel plano mortal, donde sus primeros hijos lograron imponerse al resto de razas imperfectas, pero cometió un error.

Al momento de desprenderse de su piedad y moderación, estas cayeron al mundo donde los elfos se nutrieron con ellas, por esto no fueron capaces de exterminar a los imperfectos. Fue esa divina piedad la que obligó a Kamadis, el más perfecto de todos los elfos, a idear junto a sus hermanos una forma de guiar y hacerse cargo de dichos miserables seres.

El imperio nació entonces, aunque los altos elfos deseaban tratar a los demás como sus iguales, fue el mismo dios Tob quien lo impidió. Sin su piedad quería la extinción de todas las razas menores, mas los elfos lograron devolverle, al menos, su moderación y es por esto que el gran divino perdonó a los paganos con la insignificante condición de su sumisión ante los bondadosos seres de luz que él mismo creó.

Proyecto MikarkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora