Ferran. 9

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El ruido de la multitud era ensordecedor, clamaban por entretención y una buena pelea. Desde el subsuelo de la arena, Ferran escuchaba como los hombres morían entre gritos de júbilo por parte de un público sangriento y brutal.

Observo a sus compañeros, todos nerviosos y calentando los músculos para lo que se vendría. El, en cambio, se hallaba sentado en una banca con un trapo cubriéndole la cabeza, consejo que Roberta le había dado para aplacar el ruido y no amedrentarse ante los nervios.

Uno de los chicos, que entrenaba con un mandoble, se le había quedado mirando por un buen rato antes de atreverse a acercarse.

-Tu eres el que se entrena con las mujeres, no?- preguntó apoyándose en su arma.

-Algún problema con ello?- Ferran lo miró sin levantarse.

-Pues que ninguno de los chicos te conoce o confía en ti, eso puede ser peligroso allá afuera- Le explicó.

-Gracias por el dato, lo tendré en cuenta- contestó dando la conversación por zanjada.

El chico bufó molesto por la actitud de Ferran y volvió con sus compañeros, los cuales enseguida bromearon por su intento de socializar con el "consentido" de las mujeres.

Fer vio como las sonrisas desaparecían del grupo de jóvenes cuando la multitud comenzó a bramar y a golpear rítmicamente el suelo. Se acercaba su turno y eso parecía afectar los nervios de todos.

Enseguida llegó un hombre al que no se le podía encontrar un poco de piel que no estuviese horriblemente quemada.

-Muy bien damitas, es momento de probar su valía! Fórmense y síganme!- ordenó y sin esperar respuesta alguna volvió a salir.

Los jóvenes salieron tras aquel hombre inmediatamente, mientras Ferran sin apuro se levantaba y relajaba los hombros. Antes de salir de aquel camarín se hizo con sus armas, unas hachas bastante toscas, pero funcionales, y se las colgó del cinto del cinturón. Mientras avanzaba al final de la fila, por aquel laberinto de pasillos pobremente iluminados por la antorcha del hombre quemado, comprobó que todo estuviese en su lugar.

Su atuendo de gladiador era bastante escaso. Llevaba unas sandalias con púas en la suela, para no resbalar, una ligera protección de cuero endurecido sobre una delgada polaina de lana para acolchar en las piernas y un cinturón ancho que llegaba sobre su ombligo, y le sostenía la campestra, una especie de falda bastante cómoda para el combate.

Observó como los demás chicos también comprobaban su escaso equipamiento, más para combatir los nervios y la ansiedad que por seguridad.

A paso normal y tras unas cuantas vueltas, que dejaron a todo el grupo desorientado, finalmente llegaron hasta una gran rampa que daba a la arena. Enseguida los curtidos gladiadores que allí se encontraban, en una especie de celdas donde se servían tragos, comida y esclavos; comenzaron a gritarles cosas y burlarse de ellos. Incluso les arrojaban pan y cerveza.

Con la cabeza gacha y los puños apretados, el grupo esperó sin más a que la enorme reja que cerraba el paso a la arena se levantase. A pesar de todo, Ferran estaba seguro de que al menos un par de sus compañeros preferiría quedarse allí, bajo la lluvia de amenazas, pan y cerveza, antes de enfrentarse a lo que vendría. Fue entonces que tras un estallido de efusión entre la multitud, la arena se abrió para ellos.

-Ahora! Ahora! Ahora! Salgan ya! Malditos hijos de puta mal cogidos! No vuelvan si no es empapados de gloria!- Les gritaba el hombre quemado mientras se movía al final de la fila blandiendo una espada de forma amenazante.

El grupo entonces entró al trote a la arena, donde el público estallo de júbilo. Los jóvenes poco a poco se fueron contagiando de tanta efusividad y no tardaron en adoptar poses de victoria o hacer maromas con sus armas.

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