Tara. 10

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Tras dejar al maltrecho  noble en uno de los camastros, Tara seguía con el cuerpo inyectado de adrenalina. Alice, por su parte, había vuelto a su lugar frente a la ventana. Desde ahí podía vigilar a las tropas que los gemelos apostaron fuera de sus aposentos.

Tara se le acercó respetuosamente. Alice parecía estar en un estado entre meditativo y de trance, por lo que no deseaba perturbarla, pero no sabía que se suponía que hiciese.

-Este, Ali-Maia- La llamó con torpeza, recordando las identidades que estaban usando.

-Pasa algo con Jules?- preguntó sin desviar la mirada.

-Jules?- repitió confundida la chica.

-El tipo al que le rompiste la mandíbula- agregó para que se entendiese.

-Oh, Jules, claro. No, él está bien- Se apresuró en responder –Ósea, tan bien como se puede estar después de una golpiza- continuó atropelladamente.

-Entonces?-volvió a preguntar con sobriedad.

-Entonces qué?- Tara estaba confundida.

-Que es lo que quieres?- levantó ligeramente la voz, estaba perdiendo la paciencia.

-Claro, perdón!- Se sobresaltó la chica ante el cambio de actitud de Alice –Que se supone que haga ahora?-

-Solo cuida que no se escape o se muera- dijo sin ningún miramiento.

-Va-vale- Se apresuró en contestar y lentamente se alejó de Alice.

Tara tenía el enorme deseo de comentarle que aquella era la primera vez que sometía a alguien ella sola, que fue su primera pelea real y lo emocionada que estaba por haberla ganado. Pero quizás una situación de rehenes, como aquella, ameritaba algo más de seriedad. Aun así su cuerpo seguía muy activo. Más aun con el aura de hostilidad que Alice emanaba.

Se acercó entonces a su prisionero. Revisó que las ataduras a la cama estuviesen firmes y que no se tragase la lengua. Vio como el rostro del joven comenzaba a hincharse y no pudo evitar sentir algo de orgullo. Era más alto que Fer, pero no llegaba al tamaño ni contextura de Guill. Se notaba, por los músculos en su cuello, que era un chico entrenado y no un simple mozo de castillo. Y ella le había dado una verdadera paliza.

Tras regodearse un poco se dio cuenta de que nuevamente no tenía nada que hacer. El sujeto no despertaría en un par de horas y aunque lo hiciese no podría liberarse. La forma en que Alice había amarrado su cabeza, para mantener su mandíbula firme, tampoco le permitiría hablar o mover siquiera el cuello. Increíblemente, en una situación de rehenes, en una tierra extranjera y con todo en contra, estaba aburrida. No solo eso, también sentía un exceso de energía que amenazaba con desbordarla.

Entonces dudó. Quería pedir más instrucciones a Alice, pero esta se molestaría si volvía a importunarla. Aunque la alternativa era no hacer nada y simplemente matar el tiempo hasta recibir nuevas instrucciones. Tras un momento de deliberación, concluyó que lo mejor que podía hacer era entrenar. Pero no con aquel uniforme, no quería empaparlo de sudor y ponerlo de mal olor.

Sopesó entonces la idea de practicar con su espada. Si realmente consumía tanta energía como le habían advertido sus hermanos, entonces sería una buena forma de canalizar el exceso de ánimo que ya estaba abrumándola. Pero cuando había decidido que eso sería lo que haría, se dio de bruces con que no la llevaba consigo.

Antes de salir de la posada, Alice instruyó a los cachorros de que les llevasen cierto baúl a sus nuevas dependencias durante la noche. En aquel baúl estaba su espada, así como varias mudas de ropa y todavía faltaba bastante para la noche.

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