Guillem. 1

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Cuando Aarón le pidió que lo acompañara, no pensó que estaría en una situación como esta. Se suponía que viajarían hasta la que sería la base definitiva de la rebelión. Un palacete elfico, perdido en el interior de uno de los picos del cordón montañoso que surcaba la región.

Durante semanas viajo con un grupo de constructores y albañiles para restaurar la edificación y levantar las defensas de la que debía ser la fortaleza de los rebeldes. Mas en el camino les llegaron preocupantes rumores sobre una extraña enfermedad, que había asolado una de las aldeas cercanas.

Con el pasar de los días y mientras más se acercaban, se iban cruzando con gente que se alejaba lo más posible del lugar. Aarón envió una paloma informando de la situación al campamento base, pero no recibió respuesta. Determinó que la misión se había encontrado con un obstáculo infranqueable y no contaban con el equipo adecuado para atender a alguien con una enfermedad tan agresiva, como la describían los lugareños.

Fue esa mañana, cuando amanecía un extraño sol algo azulado, que su grupo fue interceptado por una patrulla imperial. Consistía en dos elfos y cuatro soldados humanos con el emblema de la academia imperial en los escudos.

El protocolo que habían definido para una situación como esta, consistía en hacerse pasar por un grupo de leñadores, en busca de un lugar donde comenzar la extracción. Por lo que todos sabían cómo actuar cuando la patrulla se les acercó. El alto elfo a cargo pidió hablar con su líder.

Aarón podría parecer tranquilo o incluso aliviado. Pero para Guillem, que había convivido tanto con él, jamás le había parecido más nervioso y preocupado.

-Alabado sea Tob- dijo Aarón al acercarse al elfo con un tono de alivio bastante convincente –mi señor de agraciado mirar, podría indicarnos por favor si vamos por buen camino a bosque de Tili?- suplicó zalamero mientras ejecutaba una reverencia de lo más burda.

-revisad los carros- ordenó el otro elfo a los soldados que se movieron con diligencia, posiblemente motivados por el miedo a provocar la furia de su superior.

-cual es vuestra intención?- pregunto el elfo, al cual Aaron se había acercado, mirando los carromatos y a los soldados que informaban de la gran cantidad de provisiones y herramientas de construcción.

-pretendemos instalar una serrería a orillas del rio Duno, es bien sabido que la madera de bosque de Tili es la preferida de los mueblistas de Almejagris- respondió Aarón con diligencia y sumisión, siempre mirando al suelo como era costumbre entre los aldeanos al tratar con los señores elfos.

-no lleváis con vosotros ninguna sierra acorde a tal empresa- lo increpó el elfo más distante.

Guillem noto como el grupo comenzaba a ponerse nervioso y aunque los elfos se mantenían al pendiente de Aarón, los soldados que habían registrado los carros si notaron el cambio de ambiente, por lo que tres de los cuatro se llevaron una mano sutilmente cerca de la espada.

-mi hermano no parece creeros y ciertamente yo tampoco- le dijo el elfo que tenía en frente con tono seguro y acusador.

-esas herramientas son muy caras. Usted sabe que en los tiempos que corren es difícil permitirse esos lujos, pero mi muchacho tiene buenos brazos y se le da bien el martillo. Pretendíamos extraer algo de hierro de la montaña y hacer las herramientas a medida que las necesitáramos- explicó Aarón con algo de vergüenza.

-presentadme a vuestro muchacho- ordenó el elfo de más atrás.

-enseguida mi señor- rápidamente se dio vuelta y llamo a Guil a gritos nerviosos hasta que este llego a su lado –este es mi cachorro, venga Tomas, inclínate- lo zarandeó como un padre a su hijo. Le sujeto la cabeza y lo forzó a una también torpe reverencia.

Proyecto MikarkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora