Guillem. 7

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Las palabras de Aarón lo tomaron completamente por sorpresa. Había escuchado sobre el maestro Kaydulengo durante el viaje y siempre se referían a él con mucho respeto y admiración, pero aquello no garantizaba que pudiesen con aquel elfo de aspecto severo. Mucho menos si la elfa lo apoyaba pues, aunque parecía que su poder ofensivo estaba considerablemente disminuido por la forma en que aquel demonio destrozo sus armas, aun su defensa era prácticamente insuperable.

Antes de poder articular alguna respuesta el gesto de Aarón cambio como si estuviese al borde de la inconciencia, justo a tiempo para que los soldados enviados por la elfa llegasen a atenderlo con mucho cuidado y no era para menos, según habían visto aquel sujeto rivalizo por un segundo contra la fuerza de un elfo, hazaña digna de alabanza para cualquier mortal.

-No os preocupéis, ellos se encargaran- dijo la elfa llegando a su lado.

-Siempre es tan... imprudente- Le respondió poniéndose de pie y observando como los soldados se lo llevaban, no tenía caso oponerse a los cuidados pues claramente los necesitaba.

-Sois su hijo, perdonad, mas no imagino padre alguno que actuase de forma diferente- intentó reconfortarlo la elfa.

Guillem entonces se giró hacia ella y, con una sonrisa sutil, la sostuvo por el hombro en un gesto fraternal y muy común entre los hombres.

-Una disculpa, nos salvaste la vida y yo no he hecho más que hostigarte y gritarte- agradeció con sinceridad el chico.

Aquello tomo completamente por sorpresa a la hermosa elfa. Si bien para los hombres era costumbre eso de hablarse mirándose a los ojos o tocarse de esa forma, para los elfos, especialmente para las elfas, la sola mirada de un varón era considerado casi un acto de acoso, por no mencionar que el contacto físico no solicitado era el camino mas corto al exilio.

-No pasa nada- contestó entonces la elfa mientras hacia un gesto a sus hombres que, en conocimiento de la costumbre y tradición elfica, se preparaban para escarmentar al osado chiquillo.

-Claro que pasa, te he ninguneado cuando tu también has sufrido una horrible perdida, realmente lamento mucho lo que le sucedió a tus amigos- prosiguió Guillem.

-Amigos?- La elfa parecía tan confundida como concentrada en el chico –Os réferis a mis guardianes-repuso entonces apartando el brazo de Guill en un repentino cambio de actitud –Una verdadera lástima que cayesen contra un enemigo tan indigno, mas aún no ha  llegado el momento de llorarlos, es menester que actuemos con premura- El gesto de la elfa cambio rápidamente a uno más serio, pues había recordado su deber.

Mientras Guillem seguía de pie en su lugar, la elfa tronó los dedos en señal al elfo, quien diligentemente se acercó sin levantar la mirada del suelo y tras recibir un par de ordenes partió rumbo a la mayoría de los soldados a la salida del pueblo.

-Escuchad joven mozo, Sé que sois un bárbaro y un ignorante, no es digno de mi esperar más de vos que de una bestia de caza, mas sois testigo de lo acontecido y vuestra información al respecto es necesaria para mi investigación- Le explico la fémina con tono de mando y sin mirarlo a los ojos –Es menester que me contéis a detalle todo lo acontecido desde vuestro ingreso al perímetro de seguridad, así como también es más que probable que debáis acompañaros a la capital, a presentar vuestro testimonio ante alguien más sabia que yo-

-Así que se niegan a perder su importante investigación sobre los demonios, faltaría más- resopló el chico en completo desacuerdo con lo que disponía la elfa.

En un santiamén pasó de estar mirándola a centrarse en el suelo mientras un fuerte escozor se acrecentaba en su mejilla y se extendía por el resto de su rostro. No había visto venir la bofetada, no la sintió hasta que la primera gota de sangre escurrió por su barbilla.

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