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Los jóvenes siguieron a su interlocutor, mientras los guiaba fuera del Torreón, hasta una olorosa tienda de campaña llena de enormes calderos al fuego. Ninguno de ellos se atrevió a hablar mientras caminaban, pero compartieron miradas cada que podían.

Al llegar a su destino, el tigran saludó a la enorme mujer que cortaba un gran trozo de carne que no parecía demasiado fresco.

—Buen día, Magie —dijo con la boca llena de carne cruda que estaba, de seguro, destinada para los animales.

— ¿Qué tienen de buenos? El joven Maleck ya no está con nosotros —resopló muy angustiada la enorme mujer, al tiempo que se limpiaba las manos con un paño que parecía no poder absorber más inmundicia.

—Cumplió con su deber y justamente estos cachorros serán entrenados por Aarón, para que alguno ocupe su lugar —comentó al señalar a los susodichos.

La mujer salió de detrás del mesón y examinó a Ferran con detenimiento, como quien pretendía elegir al mejor potro, para seguir enseguida con Guillem, pero cuando llegó el turno de Tara, bastó con darle una sencilla ojeada para dirigirse al tigran con preocupación.

—Son niños, ella, sobre todo, casi no se le parece, pero Aarón la describía como si fueran dos gotas de agua —comentó afligida.

Los chicos compartieron otra mirada, ninguno se atrevió a decir nada.

—Solo aliméntalos, mañana comienzan su entrenamiento y necesitarán energía.

—¡¿Mañana?! Lamento la pérdida de su muchacho, pero eso no le da derecho de torturar y sacrificar a jóvenes campesinos que en su vida tuvieron un arma en sus manos —alegó la mujer.

La discusión siguió. Magie se oponía a que los chicos comenzaran su entrenamiento, hacía especial hincapié en que Tara no lo resistiría.

Durante 15 minutos estuvieron de pie, muertos de miedo, escuchando a esos extraños debatir sobre su terrible destino. En cierto punto todo fue demasiado para la chica, la cual no pudo resistirlo y comenzó a llorar en silencio. Sus hermanos, temerosos, pues aún eran prisioneros, la tomaron cada uno de una mano, intentando transmitirle su apoyo. Sin embargo, la forma en que la gorda mujer se oponía, alegando que nadie merecía tal tortura, los intranquilizaba demasiado.

— ¡Los alimentaré, pero no creas que esto se quedara así, Razir! Buscaré a Aarón más tarde para hacerlo entrar en razón. —Volvió tras el mesón y comenzó a servir un caldo bastante denso en tres cuencos de madera muy usados.

—Cuento con eso Magie, eres un ángel —respondió el tigran mientras salía, dejando a los chicos con la enorme, pero compasiva mujer.

—¿Qué esperan? ¡A comer! —regañó la señora, aunque todavía no les entregaba los humeantes cuencos.

Señaló con un gordo dedo a una mesa llena de trastos sucios y los chiquillos con rapidez entendieron el mensaje. Quitaron cuanto había encima y se acomodaron en los tocones de madera que hacían de asientos. La mujer le puso a cada uno un plato de comida y una jarra de cerveza aguada, lo cual era nuevo para Tara, dado que no le permitían beber.

Aunque el aspecto de la comida no era el mejor, su aroma sí que cautivaba y les recordó a todos el hambre que tenían. Comenzaron a comer con mucho entusiasmo aún sin atreverse a intercambiar palabras. La mujer parecía gentil, mas también muy intimidante.

Magie troceó un poco más de carne antes de sentarse a la mesa con ellos, llevando una gran jarra de cerveza aguada.

—¿Y cómo se llaman los caballeros? —preguntó con genuino interés, tras ayudar a Tara con un trozo de carne algo duro de cortar.

—Soy Guillem, era aprendiz de herrero —contestó enseguida el chico más alto.

—Se te nota en los brazos y hombros, jovencito, el oficio de herrero es escaso y bien pagado, incluso a nosotros nos hacen falta —comentó Magie, que palpó los brazos con una mano para sentirle los músculos.

—Yo soy Ferran, llevaba un año en la guardia del pueblo —añadió el chico algo más bajo, pero con cierta fortaleza de ánimo que pareció agradar mucho a Magie.

—Solo por tu forma de comer pude haberlo adivinado, seguramente pensabas postular a la academia imperial, ¿no? —preguntó la mujer sin tapujos.

—Pensaba hacerlo después de casarme con Tara —respondió con abrumante sinceridad, lo que tomó a la mujer por sorpresa e hizo que la nombrada botara la cerveza por la nariz.

—No empieces, sabes que como herrero podré darle una mejor vida de la que podrías ofrecerle con el salario de un guardia de pueblo —gruñó Guillem.

—Cuando logre graduarme de la academia imperial, tendré muchísimo mejor pasar que tú, con una fragua tibia —respondió de la misma manera Ferran.

—Y mientras estés en la academia, Tara tendrá que seguir sirviendo bebidas en El tejón rojo, aguantando que Buquett y Gorg le agarren el trasero cuando se embriagan —increpó Guillen muy acalorado después de un largo trago de cerveza.

—Nadie se propasa con ella cuando estoy cerca. ¿Dónde estabas tú cuando eso pasó? —gritó Ferran al ponerse de pie.

—¡Trabajando! Reparando herramientas y componiendo escudos, es casi lo único que hago, porque la guardia es incapaz de proteger al pueblo de los hombres de Arnoldo —contestó Guillem, incorporándose para encarar a Ferran—. ¿Y cómo van a hacerlo? Si se la pasan todo el día en el tejón tratando de acostarse con Tara. —Empujó a su hermano con tal fuerza que lo derribó con un estrepito. La chica se levantó enseguida para intentar detenerlo.

—Como vuelvas a tocarme delante de ella, voy a matarte —amenazó Ferran al levantarse. Observó a su hermano con una enorme rabia contenida, la cual se disipó al instante. La bofetada que recibió de parte de Tara lo dejó helado.

—¡Somos familia! Nos criamos juntos, vivimos juntos y debemos resistir todo esto unidos —exclamó la chica, entonces se giró para golpear el pecho de Guillem con impotencia—. Aunque nunca vayan a reconocerlo, yo sé, y todo el pueblo sabía, que ustedes se aman tanto como dicen amarme a mí y aunque no sea así, esta es la última vez que voy a tolerar que lleguen a las manos. —Las lágrimas de impotencia corrían por sus mejillas—. Ahora salgan a buscar dónde darse un baño, apestan.

Ambos chicos miraron sorprendidos a Magie quien también se encontraba pasmada ante la escena. La mujer asintió con un corto movimiento de cabeza y salieron en silencio de la tienda.

En los labios de la mujer se dibujó una sonrisa maternal y se sentó junto a la chica que se dejó caer con pesadez en su asiento.

—Cuéntame, por favor, cuéntame tu historia.




Proyecto MikarkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora