Guillem. 6

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La visión de lo que quedaba del pueblo era completamente desoladora. La elfa se mantenía en pie con la mirada perdida, su gesto evidenciaba que no era capaz de procesar aquello que acababa de pasar.

Por su parte Guil intentaba recordar alguna forma de atender a su debilitado maestro. Después de haber dado señales de vida colapsó en sus brazos y su estado era tan lamentable que temía su muerte en cualquier segundo.

Aquella mano demoniaca que lo había iniciado todo ya no existía, en su lugar solo quedaba un muñón que parecía haber cicatrizado al fuego, aunque la piel de alrededor en aquella zona estaba terriblemente fría y parecía haber atraído la atención de un pequeño pajarito que revoloteaba por ahí.

-Elfa! Ayúdame por favor!- clamó Guil sin saber cómo socorrer a su maestro.

Pero si la elfa lo escucho decidió ignorarlo y continúo mirando al infinito sin inmutarse.

-Elfa! Por favor! Puede morir!- suplicó sin atreverse a soltarlo pues su respiración era muy débil y temía lo peor.

Ante su asombro la mujer giro la cabeza para  mirarlo de reojo.

-Todos vosotros lo haréis eventualmente, quien soy yo para entrometedme en los deseos de Tob?- respondió antes de volver a su posición inicial.

Guil no podía creer sus palabras. Una fugaz imagen del padre Marín pasó por su cabeza, se llenó de impotencia y unos irrefrenables deseos de lastimar a aquella mujer.

-Fue entonces deseo de Tob que tus compañeros fuesen aniquilados?- preguntó venenoso mientras secaba el frio sudor que empapaba a su maestro con un retazo de su camisa.

La mujer esta vez se giró completamente y avanzó mirándolo como un chiquillo que no sabe de qué habla.

-No- le respondió cuando llego hasta ellos.

-Ósea que solo fueron patéticamente derrotados, son los hijos del sol y no pudieron con un simple demonio de la melancolía- continuo, esta vez sosteniéndole la mirada.

La expresión de la mujer se convirtió en una de repulsión y en un segundo la esfera que le quedaba volvió volando a orbitarla a gran velocidad. Guil sabía que aquella mujer podía acabarlo en un parpadeo, pero tal como veía las cosas en aquel momento, bien servido estaría si lograba meterse en su cabeza.

-Que sabéis los humanos de la voluntad divina o el combate contra demonios? Sois todos tan imprudentes? Es que no conocéis vuestro lugar?- Sus palabras destilaban ira.

-No sé nada sobre la voluntad divina, no todos nacimos bajo el mismo sol que ustedes, pero sé que jamás se debe bajar la guardia, menos contra demonios de la melancolía, aun cuando son la categoría más baja de su especie- Le respondió dejando a Aarón recostado en el suelo y poniéndose de pie –Fue mi imprudencia la que te saco del trance en que te habías metido por tu inexperiencia y arrogancia- Dio un paso hacia adelante hacia la sorprendida elfa –Y mi lugar estuvo a tu lado cuando no eras capaz de defenderte de aquellas alimañas que terminaron por entorpecer el actuar de tus compañeros-

Sin dar crédito a lo que estaba pasando, la elfa vio como Guil extendió la mano hasta ella y la sujeto del cuello de sus ropas, sin ser atacado por la esfera, para luego acercarla a él y levantarla hasta dejarla de puntitas.

-Me lo debes- Le dijo el chico con el rostro muy cerca del suyo, donde ella fue capaz de ver más tristeza que furia en los ojos del muchacho.

Sin despegar la mirada de los ojos de aquel chico, la elfa asintió mansamente y Guil la soltó sin un ápice de delicadeza.

La mujer rápidamente comenzó a hacer conjuros en aquel idioma elfico y Guil vio un enorme despliegue de artes sanadoras como ningún mortal había presenciado antes. En pocos minutos su maestro recobro el color, comenzó a respirar con normalidad y las cicatrices que surcaban su cuerpo comenzaron a desaparecer. Pero aquel muñón no parecía mejorar, ni siquiera cicatrizaba correctamente.

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