Tara. 9

34 9 8
                                    

Aquella pequeña revelación había cambiado todo. Nunca siquiera se planteó "ser la villana" y ni que mencionar lo que realmente significaba aquello. Como pudo siguió el juego, pero las intermitentes miradas que intercambiaban sus compañeras evidenciaban que no lo hacía del todo bien.

A duras penas pudo terminar su comida. Tenía la garganta apretada y se sentía mal por la chica, que aunque magullada y cojeante, era la única que las servía. Por el rabillo del ojo la veía sollozar en silencio junto a la mesa, esperando que no le solicitasen nada más.

No pudo evitar recordar sus primeras noches en el negocio de atender las mesas de una posada, lo feo que sintió la primera vez que un comensal intento propasarse con ella, cuando algún malandrín logro irse sin pagar o las peleas que se sucedían antes del amanecer. Pero nada era peor que los comensales conflictivos, esos que se molestaban en hacerle saber la suerte que tenia de servirlos.

-Venga, tomate eso rápido- La apuró Alice mientras se relamía mirando a la sirvienta –Tenemos asuntos que atender-

Pao hizo como si de un trago bebiese de un vaso invisible, enseñándole como debía hacerlo. Ciertamente nunca había bebido ron. Sabía que era un bebida exótica y preciada por los comerciantes, pero aún le parecía que fue ayer cuando comenzó a beber cerveza.

Con lentitud cogió el elegante vasito de cristal en que se lo habían servido, pretendía olerlo primero pero un leve movimiento con la cabeza de Alice la disuadió. Tomo aire y de un solo trago se lo bebió todo.

Sintió el fuego bajarle por la garganta y expandirse en su estómago, el sabor luego invadió su boca inundando sus papilas gustativas e irritándole hasta la nariz. Nunca había probado algo así, no tenía nada de bueno o placentero. Su estómago entonces gruñó y se contrajo. Su garganta parecía distenderse, lista para permitir la rápida salida de todo lo que había engullido. Con el dorso de la mano se tapó la boca e inspiro tan fuerte como pudo para no vomitar.

Sus ojos, que se encontraban firmemente cerrados, se abrieron de golpe. Ante la mirada curiosa de sus compañeras Tara aguantó y se puso de pie.

-Venga vamos- dijo la chica mientras ordenaba sus ropas –Lleva algo de aquello a nuestros aposentos más tarde- Le ordenó a la chica, quien asintió de inmediato.

Sus compañeras se levantaron enseguida. Tras unas cuantas órdenes a la sirvienta, las tres salieron del comedor a paso raudo.

Antes de siquiera percatarse de a dónde iban llegaron a sus dependencias. Tras abrir la puerta Tara corrió a uno de los recintos para caballos del primer piso y vomito estrepitosamente. Alice enseguida llegó hasta ella y le sostuvo el cabello.

-Ni se te ocurra salpicarte el uniforme- Le advirtió mientras le sobaba la espalda.

-Te la encargo, debó atender el asunto en las minas de los Cardony- gritó Pao desde la puerta antes de retirarse.

-Iba a ser que no...- Se quejó Alice ayudando a Tara a inclinarse más y así evitar una salpicadura.

Por casi diez minutos la ex pelirroja vomito todo cuanto llevaba dentro. Su interior quemaba y se resentía del enorme esfuerzo y la violencia con que echaba todo afuera. Lágrimas de dolor le escurrían cuando se forzaba a respirar y el asco inundaba nuevamente todo su ser, dándole nuevas energías para seguir vomitando.

Cuando terminó Alice casi la tenía en brazos. Le dolían la boca y nariz, sus ojos ardían y su cuerpo carecía de energía para sostenerla en pie, pero salvo sus guantes, su uniforme seguía impoluto.

-Lo siento mucho- Fue lo primero que logró articular, aguantando las ganas de volver a potar.

-Necesito que te sostengas- dijo Alice ayudándola a sujetarse de la tabla que separaba los compartimentos de animales.

Proyecto MikarkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora