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Un estrepitoso sonido los despertó sobresaltados. Era Magie quien, con una cuchara de madera, daba golpes a una vieja sartén mientras invitaba a medio campamento a levantarse.

Aún no salía el sol, pero según parecía, había que tener comida lista para los soldados al amanecer. Con una vitalidad y energía que no se esperaría jamás de una mujer como Magie, le indicó a cada uno las tareas que debían realizar antes de poder desayunar.

Guillem cortaba leña, Ferran acarreaba agua y Tara ayudaba a la enorme mujer a cocinar. Después de tan solo treinta minutos, ya estaban agotados. La madera era nudosa y el hacha dejaba bastante que desear, el pozo quedaba bastante lejos y los baldes llenos eran muy pesados, el ritmo que Magie llevaba en la cocina era frenético y Tara estuvo a nada de rebanarse los dedos varias veces.

A los tres les pareció que prepararon el desayuno para todo el campamento. Lo repartieron con premura por las distintas tiendas, mientras la propia Magie se encargaba de abastecer el gran comedor del torreón.

Agotados, se enjuagaron como pudieron con algo de agua que Ferran tuvo la sensatez de apartar. Se sentaron en la pequeña mesa dentro de la cocina. Magie le sirvió a cada uno una porción algo pequeña de comida o así les pareció con sus hambrientos estómagos.

Comenzaron a comer en silencio. Los chicos parecían seguir peleados y si Tara hablaba con alguno, creerían que lo favorecía, por lo que decidió seguirles la corriente, lo que no impidió que ambos le cedieran parte de su disminuida ración, mientras el otro no miraba.

Casi habían terminado cuando Aarón apareció en la tienda, Magie corrió a abrazarlo y le dejó un sonoro beso en la mejilla.

—Lamento mucho lo de tu muchacho —le dijo con la mirada cristalina.

—Está en un lugar mejor —contestó con serenidad y se fijó en los chicos que desayunaban en silencio—. Vaya, sí que cambian cuando los remojas en algo de agua caliente —bromeó con alegría, lo que sacó una sonrisa en la robusta anfitriona.

—Por favor, siéntate, enseguida te sirvo algo —ordenó Magie, corrió a prepararle un abundante plato de comida que los tres chicos quedaron mirando cuando se lo sirvió.

—Descuiden —les susurró con complicidad el soldado—. Magie, no quiero ser pesado, pero sabes que no tolero la cerveza aguada, serías tan amable... —La mujer levantó la mano para que se callara.

—Faltaría más, vuelvo enseguida —soltó con diligencia antes de trotar con pesadez hacia la tienda.

En cuanto salió, el irreconociblemente gentil Aarón le sirvió de su plato a cada uno de los chicos.

—Hoy comienzan su entrenamiento, necesitaran energía. —Volvió a su tono de complicidad y no probó bocado hasta que ellos comenzaron a comer—. Soy Aarón, ejecutor de segunda clase y su instructor, normalmente los tendríamos 6 meses en instrucción estándar, mas sobrevivieron a la Abadía, son especiales —comentó con la boca llena—. Ahora me interesa saber sus nombres y algo en lo que crean que son buenos para saber si podemos sacarle provecho y potenciar esas habilidades.

Se sirvió cerveza aguada desde la jarra en el centro de la destartalada mesa y se la bebió de un trago.

—Soy Guillem, era aprendiz de herrero, por lo que se me da bien golpear y reparar cosas —contestó el más alto cuando notó que ni Ferran ni Tara pretendían hacerlo.

—Créeme que, si tuviésemos a un herrero y los medios para seguir con tu formación, abogaría por ello, pero son tiempos difíciles y prefiero tu fuerte brazo con una lanza antes que con un martillo —le explicó el soldado—. Tú. —Señaló a Ferran.

Proyecto MikarkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora