Guillem. 5

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Los elfos no mediaron provocación o esperaron que la bestia reaccionara, simplemente procedieron a atacarla con fría eficiencia. Ambos eran extremadamente rapidos y sus brillantes armaduras parecían no estorbarles a sus gráciles movimientos.

Como si hubiesen trazado todo un plan de acción con antelación, los elfos atacaron a la bestia con una coordinación casi perfecta que consistía en rodearla y descargar feroces estocadas a la criatura mientras escalaban por sus piernas y brazos.

La criatura tardo en percatarse de que pasaba, su agonía interna era tan intensa que no prestaba demasiada atención al dolor físico. Pero las armas elficas parecían quemarle allí donde lo apuñalaban y rápidamente se lanzó a rodar al suelo, como si intensase apagar un fuego inexistente.

Ante la reacción de su enemigo ambos elfos saltaron lejos para no ser aplastados. Guillem intento levantarse pero una mano sobre su hombro lo detuvo. Era el elfo magnifico que había visto afuera del perímetro de la cuarentena.

-Sé que queréis ayudar, mas vuestro deber ahora es contener a las escorias- Le dijo con una voz que no esperaba, era una mujer.

Guil jamás había visto a una elfa. Sabía que existían, pero era muy extraño que algún mortal tuviese oportunidad de vislumbrar a alguna, más que nada porque se dedicaban a gobernar y criar a los jóvenes. Eran una clase dirigente, cuyas vidas eran demasiado valiosas para exponerlas al diario vivir de las inhóspitas y barbáricas razas que habitaban fuera de la ciudad imperial.

Al verla de cerca no podía creer que la confundió con un varón, era sencillamente perfecta. Sus formas de mujer, su mirar, incluso su forma de respirar. Por un momento el chico olvido completamente todo lo que había pasado y se dedicó enteramente a la contemplación de aquel magnifico ser que, además, lo tomaba del hombro con una delicadeza y gentileza que nunca espero de un elfo.

-Vuestra humilde arma poco os servirá en esta empresa, tomad- sacó de su capa una vara de madera y la puso en sus manos, que mansamente había estirado –Resistid, joven mortal, os lo ordeno- agregó mientras cerraba las manos del chico alrededor de la vara, aunque este se hallaba completamente perdido en su mirada.

Nada mas cerrar sus manos alrededor de aquella vara de madera, Guil sintió como le crecían espinas violentamente. No pudo ahogar el grito de dolor cuando aquellas espinas le atravesaron las manos, pero no soltó la vara aun cuando comenzó a moverse.

Aquel pequeño pedazo de madera parecía alimentarse de sus fuerzas y nutrirse de su propia sangre. Poco a poco comenzó a ganar tamaño hasta alcanzar un metro de largo y tomar el aspecto de una rama recién arrancada del árbol, aunque también parecía respirar.

Guil no sabía por qué seguía las instrucciones de la elfa, en lo referido a soportar tal tortura, pero ciertamente no podía negarse. Su voz y tacto lo habían embobado de tal manera que no se había percatado de la cantidad de demonios menores que los rodeaban.

-Mi hermano tenía razón, sois un mozo con recursos- dijo la elfa al ver como se comportaba la vara –Por ahora tendréis que valeros con eso, acercad vuestro cuchillo al extremo para tener algo de filo y no os alejéis de mi- Le ordenó.

El chico obedeció con premura. Recogió su cuchillo del suelo sin percatarse de que las espinas que atravesaban sus manos ya no estaban, al igual que sus heridas. Nada más acercar el cuchillo al extremo de la vara esta lo sujetó, adaptándose perfectamente a su forma como si siempre hubiese sido la punta de aquella extraña jabalina, en que se había transformado.

Guil estaba impresionado, pero la elfa no le prestaba atención, estaba muy ocupada. La esfera que parecía orbitarla se había dividido en otras cinco más pequeñas que la elfa controlaba con ligeros movimientos y gestos de sus manos.

Proyecto MikarkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora