Ferran. 8

36 9 6
                                    

Todavía tardó 2 semanas, bajo los atentos cuidados de Filipa, en recuperarse lo suficiente para poder hacer algo distinto de quedarse acostado todo el día. Fue ella quien notó como el estado físico del chico se había resentido dramáticamente por sus lesiones y largo tiempo de recuperación.

Cuando llegó al ludus era un joven orgulloso de mostrar el reflejo de su entrenamiento en su tonificada anatomía, pero el tiempo inactivo y su pobre alimentación, producto de una fractura que no le permitía consumir sólidos, además de las distintas infecciones que combatió; dieron como resultado que su cuerpo se marchitase notoriamente.

Ante esto la joven gladiadora decidió que no tenían tiempo que perder y le preparó una rutina que le permitiese comenzar a remover el óxido a sus, ya rígidas, articulaciones. Lo que partió como una caminata por el perímetro del patio con el pasar de los días se convirtió en un ligero trote y en tan solo 1 mes ya era una carrera desatada, siempre ante la mirada atenta de Roberta.

La Nahiry era la encargada de velar por la seguridad del chico mientras Filipa entrenaba, pues aunque Ferran se esforzaba en cumplir con su rutina, era Filipa quien ejercitaba como una posesa, rebasando sus marcas día tras día, preparándose a conciencia para lo que se avecinaba.

Aun así, con el cansancio y la fatiga muscular de un arduo día de trabajo físico, la joven se tomaba el tiempo de seguir tratando el cuerpo de Ferran y cada noche lo limpiaba con trapos húmedos para evitar posibles infecciones.

Si bien aún no era capaz de girar el torso con la soltura de antes, y la herida bajo sus costillas se negaba a dejar de escocer, había llegado el momento de comenzar a trabajar para el futuro. Tras una corta conversación entre Fili y Roberta se determinó que, mientras no sobrecargase demasiado aquel lado de su cuerpo, bien podría comenzar a practicar con las armas de madera y así averiguar lo antes posible cuál era su tipo de arma.

En otro tiempo el chico no hubiese podido ocultar la emoción de comenzar un entrenamiento en busca de su verdadero y definitivo estilo de combate, pero ahora no parecía importarle nada que no fuese seguir a rajatabla las ordenes de Filipa y así, cuando ella le ordeno caminar, caminó hasta que los pies le dejaron de doler, cuando lo mando a correr, corrió hasta desfallecer y ahora que le ordenaba encontrar el arma con que fuese más efectivo, lo haría sin importar si resultaba ser o no de su preferencia.

Para Roberta, cuidar y entrenar a una marioneta sin voluntad no solo era aburrido, tampoco le parecía correcto. El chico cada día quedaba al borde de la extenuación siguiendo sus instrucciones y nunca se quejaba, no le importaba trabajar bajo el sol o saltarse las comidas y eso la obligaba a  preocuparse de que no se excediese o retrocediese en su recuperación.

Ciertamente ambos trabajaban por y para Filipa, pero en el caso de la nahiry era más entendible pues la había criado desde que fue capaz de sostenerse sola en pie y entendía el agravio que significó para ella el que las demás gladiadoras hiciesen todo aquello, con lo que ella claramente había marcado como suyo. No solamente se negaron a reconocerla como una más de ellas, también la rebajaron al nivel de una simple sirvienta cuya propiedad no valía nada y bien podía ser menospreciada sin ningún cuidado pues no representaba amenaza alguna.

Así, completamente comprometida con la causa de su aprendiz, entrenaba al remedo de hombre que era el chico y observaba, cada día con una sonrisa más amplia, como Filipa se hacía más y más fuerte. Tanto así que tras solo dos meses ya todo el ludus tenía pleno conocimiento de las intenciones de la joven, aunque ninguna la creía capaz o seguían sintiéndose superiores a la novata.

Pero así como la gladiadora prosperaba, el chico parecía estancado. Al principio Roberta se había llevado la grata sorpresa de que tenía una noción más que decente del uso de distintas armas, pero la falta de personalidad del chico hacía imposible el que se decantase por un estilo y su renuencia a quejarse o alertar de incomodidad durante los ejercicios no permitía el ir descartando opciones por practicidad.

Proyecto MikarkoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora