Capítulo 19 - Amaneceres que llegan demasiado pronto

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Bajo la luz de la mañana Leo abrió los ojos. Y con la vista clavada en la ventana parpadeó de forma lánguida un par de veces antes de volver a cerrarlos para quedarse igual que antes de despertar.

Se sentía arropado y calentito. Tremendamente a gusto en la cama con aquella agradable sensación de cálido contacto físico contra su espalda, completamente distinto al que su mascota habitualmente le ofrecía.

La neblina del sopor tardó aún algunos segundos más en permitir que su mente se pusiese en marcha, recordándole de golpe que si bien era cierto que no estaba sólo, aquello que se encontraba tras él distaba mucho de ser su gato. Para empezar, éste no tenía largos brazos humanos de pálida piel tersa.

Leo abrió nuevamente los ojos, esta vez de golpe y espantado. Incorporándose lo suficiente para confirmar que quien estaba tras él, no era otro sino Des, quien pese a estar profundamente dormido aún seguía aferrándose a él.

Aquello provocó que su rostro explotase en lo que de haber sido música, habría sido todo un coro sinfónico de tonos bermellón. Al ser completamente consciente de que nunca, ni en sus sueños más locos, habría imaginado que una mañana amanecería con el modelo durmiendo en la postura de "la cucharita" con él.

Y tras agónicos segundos de indecisión, sumamente nervioso y muy sediento, Leo finalmente se decidió a salir de la cama poniendo fin a una eternidad de vacilaciones. Retirando con extremo cuidado los brazos que apresaban su pecho y cintura. 

No obstante una vez estuvo libre y en pie, su cuerpo se reveló inesperadamente pegajoso. Cosa que volvió a abochornarle hasta las orejas mientras se escabullía de puntillas fuera del dormitorio, tomando por el camino un pantalón holgado con el que cubrir su desnudez.

Tuvo que hacer una parada previa en el baño. En donde volvió a enrojecer al reparar en que, al margen de su aspecto desaliñado, todo su cuello y gran parte de su pecho estaba lleno de visibles huellas de besos, e incluso contaba con algunas pequeñas marcas de dientes desperdigadas. Estando la más llamativa de ellas coronando uno de sus pezones.

Leo tocó algunas de estas marcas ansioso. Volviendo a sentir un inesperado calor en su cuerpo, que trató de sofocar aclarándose el rostro con abundante agua fría.

Con su sed ya saciada tras pasar por la cocina, el guía regresó a su alcoba con los nervios a flor de piel. Convirtiéndose en espectador de su propio dormitorio cuando descubrió que Des se había reacomodado en su cama, quedando en una postura bastante artística, a la que parecía habérsele sumado además la forma en la que las blancas sábanas del lecho se habían enmarañado entre sus largas piernas. Pudiendo evocar sin mucha dificultad a las obras del artista Checo Alfons Mucha.

Y mientras se acariciaba los labios con aspecto embelesado, Leo por primera vez en su vida sintió envidia de los grandes maestros del arte, de los que tantas veces hablaba en sus visitas guiadas, porque de haber sido uno de ellos le habría gustado plasmar aquella estampa de forma digna y majestuosa, tratando de hacer justicia a la sensualidad que la vista de aquel ser durmiente le generaba.

"Lo hemos hecho. Lo hemos hecho de verdad" se dijo para sí mismo, aún incrédulo pese a todas las incuestionables evidencias.

Pese a su inesperado papel en todo aquello, Leo se estremeció con solo recordarlo. Pues no había habido un solo lugar en todo su cuerpo que no hubiese sido acariciado, besado o lamido por el modelo la noche anterior.

Y por un momento se sintió en las nubes: El sexo con Des se había sentido ridículamente increíble. Hasta el punto en que una sola vez no había sido suficiente. Dos tampoco. Haciéndole rogar por más. Excitado como nunca en toda su vida. Perdiendo incluso la cuenta de las veces que había llegado a alcanzar el clímax en brazos de aquella otra persona.

Apeiron [ AMOLAD ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora