Capítulo 22 - Arrepentimientos y rencores

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-¿Seguro que no quieres que te acompañe al aeropuerto?

-No es necesario en serio. Esto ya es casi como una rutina para mí y tú también tienes trabajo.

Y tras depositar un ardiente beso en sus labios, Des se permitió aún una sutil caricia sobre la morena mejilla de Leo antes de despedirse de él en la cocina. El esbelto modelo se marchó entonces remolcando con él una pequeña maleta de mano. El guía en cambio se quedó allí un par de segundos más, atontado y con una sonrisa en la cara antes de espabilarse lo suficiente como para terminar de desayunar y prepararse para otro rutinario día de trabajo.

Así que una vez estuvo listo, se puso en camino por su ruta de siempre para llegar aquella mañana hasta su agencia.

Mañana que casi se trunca de forma precipitada cuando en un paso de cebra cualquiera, un coche a pocos metros, aceleró en vez de frenar cuando apenas acaba de empezar a cruzar.

Leo echó a correr sin pensarlo, con el automóvil pasando tras él casi rozándole. Y obviando el clásico grito de "¡¡Gilipollas!!" que habría recibido cualquier conductor en ese tipo de situación, al final optó por encogerse de hombros tratando de que aquel pequeño incidente no le amargase el día.

Pensamiento positivo que perduró incluso cuando, al medio día y de camino a comerse su tentempié, una jardinera se estrelló contra el suelo a poco más de medio metro de su cabeza tras soltarse de un cuarto piso en una de las fachadas de su ruta habitual.

"Vaya eso sí que ha estado cerca"

Exclamó para sí Leo quien tras sufrir un escalofrío, volvió a sentirse profundamente afortunado de haber salido indemne de los dos importantes percances que podía haber sufrido aquel día.

Y pensando que todo quedaría en una anécdota, trató de no volver a pensar en aquello hasta que debido a una tarde floja de clientes, pudo salir una hora antes de su puesto. Sin embargo al saber que aquel día nadie -salvo su gato- le esperaba en casa, decidió ir un rato a un centro comercial. 

Allí se entretuvo un par de horas, ojeando algunas novelas históricas y varios manuales de viajes dedicados a destinos poco habituales. 

Hasta que paseando entre plantas, unas escaleras recién fregadas sin señalizar pudieron suponer un fatídico problema cuando resbaló hacia atrás. Pudiendo haberse roto el cuello al caer escaleras abajo, de no ser porque sus reflejos le permitieron aferrase al pasamanos de forma aparatosa en el último segundo. De tal forma que todo aquello terminó con tan sólo en un buen golpe en el coxis y un mal tirón en su brazo.

Una vez en su casa Leo no comentó con nadie los peculiares accidentes del día. Limitándose a tener una noche de pizza y cine con su mascota, quien que se sintió muy a sus anchas al poder acaparar a su amo en el sofá.

A la mañana siguiente , en cambio, Leo se sintió un poco menos optimista: se levantó con el brazo y el coxis aun doliéndole por el tirón del día anterior. Aquello le hizo volver a pensar en todos los recientes incidentes, llevándole a decidir que aquel día tomaría el metro para ir a trabajar.

Así fue como poco más de treinta minutos más tarde, parado de pie en el andén tras la línea amarilla, escuchó el clásico pitido con el que el tren anuncia su llegada. Fue entonces cuando un tumulto de gente sumida en una agitada discusión llegó desde otra línea. Tan acalorados en su disputa, que tan sólo hicieron falta un par de empujones entre ellos para que el grupo entero se enzarzarse en menos de tres segundos en una violenta pelea.

Al belicoso grupo no pareció importarle que parte de los viajeros previos se vieran inmersos en la contienda por accidente, ni siquiera cuando tres de éstos gritaron porque la agitada aglomeración les empujó a las vías. Tampoco cuando una de estas personas se agarró por puro instinto a Leo, arrastrándole con ellos.

Apeiron [ AMOLAD ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora