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Después de varias semanas la volví a ver... y no pude resistir la tentación de acercarme e intentar entablar conversación.

—Es precioso, ¿verdad? —preguntó, adelantándose, cuando me encontraba a su lado, aunque sin quitar la vista del cielo.

—Lo es —respondí. Sin embargo, yo la admiraba a ella. Solo a ella.

—¿Por qué vienes todas las noches? —Volvió a preguntar aún sin mirarme.

Abrí los ojos como platos, —¿Cómo lo sabes?

—Porque yo también lo hago —respondió con simpleza.

—¿Cómo? —Fruncí el ceño—. Yo nunca te veo.

—Que no me veas no significa que no esté.

—Sí que eres buena jugando al escondite.

—Lo soy —aseguró.

—¿Por qué vienes tú?

—¿No es obvio? —Negué con la cabeza y su frente se arrugó—. Me encanta estar aquí. Amo las estrellas. —Asentí, pues comprendía a la perfección ese sentimiento—. ¿Y tú?

—Estar aquí me hace desconectar del mundo real.

Por primera vez en toda la noche me miró a los ojos y puso cara de querer saber más.

—Problemas... —Pero seguía queriendo saber más. No era suficiente para ella—. Problemas en casa.

La chica que amaba las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora