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En ese mismo instante supe que mi vida había cambiado para siempre.

Mi madre acababa de confesar que había matado a su marido.

Yo sabía que lo había hecho, claro que lo sabía. Y también sabía lo mucho que ese cabrón se lo merecía.

El hombre que puso el esperma para que yo existiese —porque no se le podía considerar padre— siempre había maltratado a la mejor mujer de este mundo y, a pesar de que yo lo había querido evitar a toda costa, sabía perfectamente que no tenía nada que hacer contra él.

Por eso era consciente de que mi madre había hecho lo correcto, era su única opción. Si no lo mataba, él terminaría por acabar con ella. Aunque ahora me doy cuenta de que lentamente lo había hecho... mi madre jamás volvería a ser era mujer risueña y feliz, que parecía sacada de una película.

Tuve que bajar la mirada cuando vi cómo los policías se la llevaban de aquel juzgado. Acababa de confesar su culpabilidad y ahora no había nada que yo pudiera hacer para salvarla.

Esa imagen se me quedaría para siempre grabada en la retina, sus ojos repletos de lágrimas mirándome fijamente mientras me la arrebatan de mi lado por un largo tiempo...

La chica que amaba las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora