Capítulo 1

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Sí, estaba harta de que todo aquel que la conocía dijera que era una especie de mojigata encubierta, Estaba harta que hablaran a sus espaldas pensando estúpidamente que no sabía nada. Sin embargo, siempre terminaba enterándose de lo que ellos comentaban en los pasillos. Solo tenía veinte años y ya la tomaban por una especie de bicho raro.

La suave brisa otoñal de abril hizo que le diera frío. Cubrió su cuerpo con la suave tela de su chaqueta tapándose un poco del gélido aire. Para algunas personas pasaba inadvertida, pero para otros era una gran mujerzuela. No sabía de dónde demonios sus compañeros de universidad habían sacado semejantes conclusiones. Lo cierto era que ella solía ser una chica alegre y risueña. No obstante, la vida estaba haciéndose cargo cruelmente de que no todo era color de rosa.

Aquella chica era sociable, le gustaba juntarse en la mayoría de las veces con hombres. "Las mujeres suelen ser muy envidiosas", decía. No estaba tan equivocada ya que cada vez que pasaba por los pasillos de la universidad las chicas la quedaban mirando con odio y recelo. Sin embargo, eso no le importaba en lo más mínimo. Caminaba tranquila del brazo de uno de sus compañeros mientras reía de las cosas que ese chico le decía al oído. Quizás por eso tenía la reputación de acostarse con hombres desconocidos, cuando no era cierto. "La gente y sus estúpidos prejuicios", le decían ellos cuando estaban juntos.

Rachel era su única y mejor amiga, era la confidente femenina que necesitaba y que tanto quería. Eran como hermanas, inseparables desde que iban al colegio. Decidieron que irían juntas a la universidad. Estudiaban medicina, y aunque no le iba mal, siempre debía esforzarse un poco más para que sus padres estuviesen orgullosos de sus logros. Regla autoimpuesta por ella misma, simplemente quería ser la mejor.

Anhelaba en convertirse en una gran pediatra porque simplemente adoraba a los niños. Tenía un hermano de siete años, su nombre era Josh y lo adoraba con su alma. Un día el pequeño enfermó gravemente. Los médicos no daban muchas esperanzas de vida para él, y eso hizo que ella quisiera estudiar esa carrera. Cuando les comunicó la noticia a sus padres, ellos se pusieron felices. Tendrían a su propia doctora personal, le decían, ella tan solo se reía orgullosa que pronto haría su sueño realidad. Su hermanito salió del coma inducido y pudo marcharse tranquila a Nueva York para realizar su sueño.

Un día iba camino al baño, tenía una necesidad imperiosa de lavarse las manos. No era muy agradable tocar fibras de músculos y tendones, aunque llevase guantes. Cuando llegó a la puerta de este, escuchó como dos chicas hablaban de ella y de una forma no muy decorosa.

—Seguramente ya se acostó hasta con el profesor de anatomía. ¿Cómo es que tiene las mejores calificaciones? No me lo explico —decía la voz chillona de una de sus compañeras de ramo.

—Peyton Cooper, la zorrita encubierta —rio con sorna la otra chica —. Yo no sé qué demonios le ven con ese espantoso pelo de pajarraco que tiene la muy perra —escupió con un desprecio que Peyton no pudo comprender. ¿Cómo podían odiarla tanto, si nunca habían cruzado ni siquiera un: "Hola"?

Sí, Peyton Cooper, ese era su nombre. Una brillante chica de un exótico cabello color castaño con reflejos rojizos, y unos preciosos ojos de un bello color esmeralda, eran únicos e incomparables. En cuanto escuchó aquellos comentarios decidió que lo mejor era quedarse con sus manos tal cual estaban. No se sentía preparada para enfrentarlas cara a cara. Sólo pudo darse media vuelta y cambiar de dirección al patio, necesitaba estar sola.

Se sentó apoyando su espalda en la corteza de un gran árbol que estaba situado en la parte trasera del enorme jardín de aquella universidad. Resopló varias veces tratando de calmar su agitado corazón. Si bien había escuchado rumores de que hablaban de ella, nunca se había enfrentado directamente a las lenguas viperinas de sus compañeras de ramo.

Amante de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora