La suavidad de las blancas sábanas de seda, los tenía envueltos en el hechizo de sus propios deseos. Sus cabezas estaban cubiertas por la fina tela, tan solo podían ver sus ojos a través de los antifaces. Quería ser besada otra vez, acariciada nuevamente por todas partes. Su aliento la hacían estremecer por completo. Podría sentirse asustada, sin embargo, estando con él se sentía segura y deseaba.
Muy deseada...
Sus ojos negros la traspasaban, y a ratos la intensidad de su mirada la hacían volverse vulnerable. No importaba, nada importaba si solo estaba con él. Era como una adicción estar envuelta entre sus brazos. Con solo fijar sus pupilas en las de él sus bragas se humedecían y sus pezones, sin su permiso, se endurecerían. El deseo por él la hacían sucumbir a límites insospechados.
—Eres preciosa, ¿lo sabías? —le susurró al oído.
Él, ese maravilloso y excitante hombre...
Su amante de medianoche...
—¡Oh! Diablos, quiero saber quién eres —suplicó al sentir el frescor de su aliento.
—Tranquila cariño. No es necesario que lo sepas, eso no cambiará en nada el deseo que ambos sentimos. Solo déjame hacerte disfrutar de los placeres de esta jodida vida —murmuró con esa voz aterciopelada y masculina que la hacían desfallecer.
Y la tocó, hasta la parte más sórdida de todo su cuerpo...
Ese hombre tan enmascarado y tan misterioso la estaba haciendo suya hasta por cada poro de su ser. Se perdió entre las blancas sábanas, bajando por el medio de sus senos y degustándolos hasta el cansancio. Los hacía suyos como si el mundo se fuese a acabar. Succionaba, mordisqueaba, lamía, besaba cada parte de aquella sensual cumbre. Bajó a su vientre, jugó con su ombligo, agarró sus caderas y la incitó a levantarlas y en ese momento se metió entre sus piernas. Su lengua resbaladiza se deslizaba por aquel punto que estaba a punto de explotar, humedeciéndolo y endureciéndolo todavía más.
—¡Diablos! —soltó en un gemido.
No quería correrse aún, desea irse cuando él estuviese en su interior. Era una necesidad urgente de que la penetrase pronto, y pareciera que él hubiese leído su pensamiento ya que abrió un poco más sus piernas. Se posó en el medio de ellas subiendo lentamente y rozando el torso por su feminidad completamente húmeda. Peyton gimió con ese contacto mientras veía cómo su negro cabello aparecía entre las blancas sábanas y la miraba a través del antifaz con esos ojos ardientes y sedientos por hacerla suya. La besó con voracidad, emitiendo unos sonidos placenteros desde su garganta.
Acarició el marco de su delicado rostro y deslizó el dedo hasta la piel de sus labios. Sus respiraciones chocaban volviéndose una sola. Peyton podía ver su cuerpo cubierto por una fina capa de sudor. Él agarró su miembro y lo guio hasta rozar su endurecido centro y cuando lo hizo, Peyton gimió sobre su boca. Comenzó a masajear su miembro en la entrada de la chica, esa sensación era completamente nueva para ella. Él, su amante de medianoche, se estaba masturbando en la entrada de su intimidad antes de cogérsela. Para Peyton, el sentir sus frenéticos movimientos era estar en el paraíso. Su piel ardía como una maldita bola de fuego y su sangre quemaba sus venas.
—Cógeme... —le suplicó como pudo en medio de tanta adrenalina —. Te deseo.
—Claro que sí, cariño —la lengüeteó desde la mandíbula hasta el lóbulo de su oreja —. Tus deseos son órdenes.
Agarró sus nalgas acunándolas en sus manos y le alzó caderas para tener más acceso. De una sola embestida entró en su interior. Peyton soltó un grito de placer, maldita sea eso era lo que más quería, volver a tenerlo a dentro de su cuerpo. Estaba fascinada, excitada, ardiendo por dentro. Solo él podía calmar su ansiedad y así lo estaba haciendo, y con cada movimiento se introducía más en su interior. Comenzó a mover sus caderas logrando sincronizar sus vaivenes con los de él.
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Amante de medianoche
Teen FictionPeyton Cooper es una chica extrovertida, risueña y estudiante de medicina. Con tan solo veinte años ya se había ganado una fama que no concordaba con lo que ella era. Sus compañeras de universidad siempre hablaban a sus espaldas. Decían que era una...