Capítulo 10

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Caminó a paso acelerado hasta su habitación y cuando estuvo allí, se afirmó en la puerta al tiempo que liberaba un sonoro suspiro, y sin soltar las bolsas se deslizó por ella. ¿Desde cuándo sentía celos de la zorra pelirroja? Al demonio con eso, ella estaba enfocada en otra persona y esa, no era Darrell. Claro que, ¿no? Levantó la vista y miró su vestido tendido a lo largo de su cama. Debía ir a prepararse. Se puso de pie y fue hasta el baño a darse una larga ducha.

Quería arreglarse con anticipación y tranquila. Al salir, tomó el secador de pelo y deslizó sus dedos a lo largo de su castaño cabello, mientras el viento tibio del secador hacia su trabajo. Ella tenía la vista en un punto fijo, su antifaz negro. ¿Estaría dispuesta esta vez a correr el riesgo de sacarle en antifaz a ese hombre y saber quién demonios era? La intriga se la estaba carcomiendo por dentro. ¡Ay!, sentía rabia de no poder saber quién se escondía detrás de aquella jodida tela.

Su cabello ya estaba seco por lo que se dirigió hasta su closet, de allí sacó unas bragas de un fino encaje negro, muy diminutas, por cierto. El vestido no necesitaba brasier, ya que de por si era un poco escotado y no se vería muy bonito que se notara. Además, como sus senos eran tersos y firmes, no lo necesitaba.

Se lo puso y caminó semidesnuda por la habitación. Tomó el vestido entre sus manos y lo deslizó a lo largo de su cuerpo. Su pierna iba descubierta, sin ningún tipo de medias. Menos mal que había pagado para realizarme la depilación láser, pensó. Una vez el vestido estuvo listo, apareció Rachel que ya estaba preparada, por lo que le ayudó a arreglar su cabello. Le hizo unas ondas rebeldes en las puntas para darle más volumen, y se maquilló lo más natural posible. Eso sí, sus labios iban rojo carmín, destacando la carnosidad de ellos. Al mirarse al espejo quedó en shock. ¿Realmente era ella? ¿Dónde rayos estaba la casi pordiosera? Se rio como una estúpida al mirarse. Lo último fueron sus sandalias tacón de aguja, hacía que su pierna que quedaba al descubierto se viera mucho más larga y muy femenina.

Miraron la hora y ya eran las diez de la noche en punto. Peyton agarró su clutch y echó algunas cosas en él. Salieron a paso lento de la habitación y tomaron un taxi indicándole al chofer el lugar. A medida que el auto se iba acercando, más nerviosa se ponía. Rachel tomó su mano casi dándole apoyo, como si fuese ir a la horca, de todas maneras, se lo agradeció ya que su corazón latía a un ritmo frenético. La rubia sabía en el estado que estaba Peyton, ella también había pasado por eso.

Al llegar se bajaron y le pagaron al hombre. Peyton miró hacia arriba y vio las luces de múltiples colores, parecían una aurora iluminando el cielo que se veía como un manto negro sobre ellas. Decidió que era tiempo de suspirar bastante profundo para armarse de valor. Al entrar al lobby, Rachel se despidió de ella y le dijo que cada una volvería por su lado, Peyton se lo agradeció ya que la primera vez estuvo casi una hora esperándola.

Entró nerviosa al gran salón, se quedó de pie en el mismo lugar en donde lo había conocido, pero no quería que fuera tan notorio que lo estaba esperando a él, no quería verse como una desesperada, aunque lo estuviese. Caminó a la barra que se encontraba en el piso menos tres. Deslizó temblorosa los dedos por el pasamanos, estaba ansiosa, casi histérica. ¿Se encontraría con él? El salón era lo suficientemente grande como para no encontrarlo. Al llegar a la barra se dio cuenta que hasta el barman tenía antifaz.

Le pidió un vodka y cuando lo recibió se giró sobre el asiento de piernas cruzadas, dejando ver lo larga y torneada que era. Las personas estaban bailando al ritmo sensual de una música que ella jamás había escuchado, bebió un sorbo y degustó el leve sabor a limón que tenía. Estaba exquisito.

Todo ese lugar parecía ser sacado de una película erótica...

La música, el ambiente, los antifaces, todo hacían parecer que en cualquier momento fuesen a tener sexo allí mismo. Era nuevo, atractivo, y sensual para los ojos de Peyton. Sin darse cuenta ya se había acabado el contenido del vaso y cuando recibió el segundo, se quedó mirando los hielos por unos momentos. No obstante, cuando levantó la vista su sangre se paralizó en el instante en que sus miradas se cruzaron. Ese hombre estaba a tan solo un par de metros alejado de ella. Sus labios tenían una coqueta y sensual sonrisa, y la tenue luz azulada que había en el salón hacía que sus ojos negros se proyectaran como los de un lobo hambriento en busca de su presa. ¡Santa mierda!

Amante de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora