Capítulo 20

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Ese día pasó rápido. Peyton hizo todos sus trabajos, terminó agotada y no le dio tiempo de salir de compras, solo quería dormir y dormir. En un mes más comenzaban los temidos exámenes y tenía que estudiar mucho. Ya quería que empezaran las vacaciones, no daba más. Su cuerpo estaba pesado, sus dedos dormidos de tanto escribir, corregir y volver a escribir.

Valía la pena con tal de ser la mejor pediatra del país. Esa era su meta, convertirse en una brillante y reconocida pediatra. Tenía pensado que después de terminar la carrera haría un magíster, para especializarse y ser una gran doctora al igual que Liam. Él era su referente. Se acostó temprano, tenía clases el martes por la mañana. No le costó mucho alcanzar el sueño y cayó rápidamente dormida.

Sus clases terminaron a las tres de la tarde, no se encontró con Darrell y lo extrañaba. Que irónico, extrañaba a Darrell, y, sin embargo, iría al gran salón. Con Rachel salieron a comprar sus vestidos. Estaba nerviosa quería encontrar algo que lo dejara con la maldita boca abierta, pero no quería algo con la pierna al descubierto. Sabía que él le volvería a meter las manos por debajo del vestido y aunque le encantó, no deseaba que volviese a suceder. No frente a tanta gente. Si quería meterle las manos que fuese en privado, sonrió ante su perversión.

Cuando lo encontró su boca se abrió hasta que casi toca el suelo, era hermoso, más bello que el negro que había usado anteriormente. Era un vestido rosa pálido de faldón amplio y un escote de encajes muy pronunciado. La espalda quedaba completamente desnuda, solo estaba unido en la parte de adelante. Se enamoró, simplemente se enamoró de ese vestido y sin pensarlo, sin ver siquiera el precio, lo probó. Rachel aplaudió como una niña chiquita al verla, estaba más entusiasmada que la misma Peyton.

—Te ves preciosa maldita. —Peyton se giró para mirarse en el espejo y sus ojos se abrieron.

—¡Es perfecto! —gritó.

—Matarás de un infarto a ese hombre —ella le dio la razón.

—¡Me lo llevo! ¡Me lo llevo! —se quitó en el vestidor y se cambió rápidamente.

Llegaron a la residencia y Peyton se fue a dar un baño. Quería verse hermosa. No lo veía hacía catorce días. ¡Catorce días, por Dios! Mucho tiempo y por eso estaba nerviosa, ansiosa, casi histérica. Se maquilló con tonos pasteles, tomó su cabello en un recogido alto porque la gracia del vestido era que su espalda se viese, y se puso el antifaz. Esta noche sabría quién era en realidad ese misterioso hombre, se lo había autoimpuesto como meta. No importaba que él no se dejase ver, ella tenía un plan y esperaba a que le resultara.

Al llegar al gran salón, sus manos comenzaron a sudar y Rachel le dio una palmada en la espalda a modo de ánimo. Peyton alzó su cabeza y como toda una dama subió los escalones que le llevaban a la entrada. Se despidió de Rachel e ingreso al lobby. Su cuerpo estaba temblando y no era de frío. Miró hacia el piso menos uno y vio como Rachel ligaba con un chico de cabello café, se sonrió.

Esa Rachel sí que era rápida...

Cerró sus ojos y suspiró profundo, sin embargo, percibió una corriente eléctrica atravesar su cuerpo cuando sintió unos dedos deslizarse por la piel desnuda de su espalda, provocando que su piel se erizara. Su respiración se cortó, no quería girar la cabeza.

Sabía que era él...

—Han pasado catorce días —susurró en su oído, soltando su fresco aliento. ¡Diablos!, ¿él también llevaba la cuenta de los días que no se habían visto? —. Pero sabía que vendrías tarde o temprano —tocó el lóbulo de su oreja con la punta de la lengua.

¡Santa mierda! Su cuerpo se estremeció. Esa voz, esos susurros, esos dedos y esa lengua, la dejaron con el corazón latiendo a mil por segundo. Tomó su brazo y la hizo que se volteara.

Amante de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora