CAPITULO XXIII

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12 horas

Son las 2:00 de la madrugada y el grupo de amigos lobunos entran al hospital ayudando a su amigo a desplazarse, sin usar la pierna herida, la cual justo ahora, no sirve como apoyo.

Algunos de los enfermeros rondando por la recepción, corren a socorrer al desesperado grupo. Uno de ellos busca uno silla de ruedas mientras él otro sostiene al chico, quien a duras penas se mantiene de pie. Él enfermero vuelve con la silla y con cuidado acomodan al adolescente en ella.

––Lo atenderemos–– dice uno de los trabajadores con amabilidad a los presentes, mientras su compañero se aleja guiando la silla del herido.

Asienten y observan a su amigo alejarse por el pasillo. Él enfermero les dedica una sonrisa y sigue los pasos de su compañero, desapareciendo después de unos segundos.

Todos dejan salir un poco de su tensión al exhalar profundo. Nathan y Tyler toman asiento en una de las incómodas sillas frente a la recepción, mientras que Hazel se cruza de brazos y Layla la observa en silencio.

––Estará bien–– murmura Layla captando la atención de Hazel.

Ella sonríe con gratitud y sus ojos resplandecen con una chispa de esperanza. Aunque aún hay un asunto pendiente que la tiene con la mente ocupada, buscando opciones para evitar asistir a dicha reunión. Las cosas no parecen favorecerla, incluso siente que el mundo conspira en su contra, sin embargo, con Christian cerca de ella, siente que una gran carga se a liberado y con ella, el espacio para la paz; llega.

Layla apoya su mano en el hombro de Hazel y luego de mirarla durante unos segundos, la rubia se aleja de ella, hasta salir por la puerta. Aunque no conoce mucho a Layla, sus acciones son un lenguaje mudo para evitar ser entendido por alguien más.

Les regala una sonrisa a los varones que aguardan sentados en las sillas y sigue el camino que hace unos segundos su amiga recorrió. Una brisa suave le abraza el cuerpo entero, a pesar de que el otoño acaba de llegar con sus temperaturas frías, la calidez del cuerpo de Hazel le hace evitar sentirlo.

Layla esta parada junto a unas bancas en el pequeño jardín del hospital. Su mirada esta pérdida en el horizonte mientras respira profundo, inhalando el fresco aroma de tierra húmeda. Con sus brazos se abraza a si misma a pesar de no sentir frío, pero le agrada sentirse humana, sentir que pasa por lo mismo que una persona ordinaria, incluso el dolor de un corazón roto.

Con pasos lentos y en completo silencio, se acerca a ella hasta detenerse a su lado. Suelta un suspiro y esconde sus manos en los bolsillos de sus jeans. Layla mantiene su mirada al frente, pero se prepara para hablar.

––¿Cómo lo supiste?–– pregunta luego de unos segundos.

Hazel sabía que tarde o temprano tendría que dar una explicación, es por eso que pensó en ella desde que iban de camino a la vieja fábrica. Tal vez no sería creíble, pero al menos le daría tiempo para saber que hacer respecto a la propuesta de su enemigo.

––Creo que es parte de que sea mi mate, además... había un símbolo en una de las paredes de la cabaña, estaba segura de que lo había visto antes.

La mira sin expresar nada, sin saber en qué creer. No esta segura de que su Alfa le este diciendo la verdad, pero ¿Qué puede hacer? ¿Obligarla a hablar o esperar a que ella lo haga cuando lo sienta necesario?. Con frustración baja la mirada y deja salir un profundo suspiro cargado de estrés que Hazel logra percibir con facilidad.

––Debes ir a descansar–– dice dejando de lado su anterior duda.

Niega repetidas veces ––No lo volveré a dejar.

Alfa: El gran lobo blanco© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora