Pateaba furioso los restos de una de las fuentes de lo que había sido el jardín de su madre. ¿Quiénes se creían para juzgarlo? Tenía los puños tan fuertemente apretados que sus palmas estaban cubiertas de sangre de tan profundo que se había clavado las uñas. Nunca había buscado la compasión en las personas. Jamás. Ni cuando era torturado. Así había sido criado. Esa había sido su educación: no mostrarse nunca tal como se era ante el enemigo. Porque si el enemigo acababa conociéndote, estabas perdido.
-¿Malfoy?
Draco se giró despacio. La sangre sucia permanecía unos metros alejada de él, observándolo en silencio. El chico clavó su mirada en la de ella, buscando la consabida pena y compasión. No encontró nada de eso. Solo curiosidad.
-¿Has venido a rematar la faena, Granger? –su tono de voz era desapasionado. El patear piedras y soltar maldiciones había templado de nuevo su carácter y podía mostrarse frío, con la máscara de siempre.
-No. Sólo he venido a ver cómo estás. –Hermione avanzó dos pasos y se sentó en lo que quedaba de un banco de piedra- Ronald es un bocazas. Habla antes de pensar. Y siempre acaba metiendo la pata.
-No te confundas, Granger. La comadreja sabe muy bien lo que dice y hace. Que se haga el tonto ante vosotros no quiere decir que lo sea –Draco le dio la espalda y contempló las ruinas de su antiguo hogar. No había quedado nada. Sólo un montón de cenizas y cuatro piedras calcinadas. Todo el legado de una dinastía perdido.
-¿Por qué está tan destrozada? –Hermione había visto muchísimos incendios, y el resultado nunca había sido tanta destrucción.
-Fuego Maldito muy bien controlado –Draco se mordió el labio al recordar esa noche. Avanzó entre los rosales requemados y se detuvo en lo que antaño había sido una glorieta. Sintió los pasos de la chica- Ya me has visto, sangre sucia. Puedes largarte.
-No tengo nada mejor que hacer –Hermione decidió no contestar al insulto. Llevaba tantos años escuchándolo que ya ni la afectaba. Se situó al lado de él y lo observó en silencio. Había cambiado muchísimo desde que acabó la guerra. Se sorprendió de ello. ¿Cómo una persona podía cambiar tanto en tan poquísimo tiempo? Allí estaba su enemigo natural, erguido en toda su estatura, con el rostro inexpresivo. Siempre había sido guapo, pero ahora tenía algo que lo hacía…. Distinto. Hermione se devanó los sesos buscando la palabra exacta. ¡Magnetismo animal! Eso era. Malfoy desprendía un aura extraña que atraía a las personas. Y en el caso de las féminas, las volvía locas.
-Cuando te canses de babear por mí, puedes irte –Draco sonrió internamente. Se había dado perfecta cuenta del escrutinio al que le estaba sometiendo la sabelotodo. Y el sonrojo de ella le alegró un poco el día. Centró de nuevo toda su atención en los restos de la glorieta. Allí habían sido torturados sus padres y luego asesinados. Si se fijaba bien, podía ver los restos de sangre seca entre el hollín.
-¿Es aquí… donde ellos…?
-Sí, aquí los torturaron durante horas y luego los asesinaron –La voz de Draco era terroríficamente suave. Sin emoción, sin ira, sin nada.
-¿Los torturaron? –Hermione se cubrió la boca con las manos por la sorpresa y el horror.
-No intentes disimular, Granger. –Draco la fulminó con la mirada- Seguro que cuando vuestro amiguito el Ministro os contó cómo nos cazaron como a ratas, nos obligaron a mirar cómo ardía hasta desaparecer nuestra casa, lo disfrutasteis. Igual que disfrutasteis de seguro cuando os relató las torturas a las que sometieron a mis padres, cómo esos que se hacen llamar magos reían y bebían brindando por el sufrimiento del “maldito mortífago Malfoy”, cómo se llevaron trozos de la ropa de mis padres y mechones de su pelo como trofeos, cómo nos insultaban y golpeaban a Theo y a mí cuando intentábamos liberar a mi madre… seguro que os alegrasteis de que os libraran de semejante escoria –Hermione lloraba en silencio. Él no se había dado cuenda porque estaba sumergido en los recuerdos- Lástima que sobreviviéramos Theo y yo, ¿verdad? Sobre todo yo. El último de dos dinastías malditas. Que pena que aún siga vivo, ¿no, Granger?