Había pasado una semana desde la cena de compromiso de Harry y Ginny. Una semana desde que Draco juró ante sus compañeros de casa que conseguiría el peor castigo para el pelirrojo. Y una semana desde que se había encerrado tarde y noche en la biblioteca de Grimaud Place, buscando dicho castigo. Hermione tenía todos los nervios de punta. No por el insano deseo de venganza de su ya formalmente novio, sino porque temía que el chico se perdiera en el proceso. Entró sin hacer ruido en la biblioteca y buscó la figura del rubio. Lo encontró frente a la chimenea, con la mirada perdida en el fuego y con una sonrisa que habría acojonado al mismísimo Voldemort de haberla visto.
-Draco, la cena ya está lista –le zarandeó con suavidad. El rubio se sobresaltó, pero recompuso su postura inmediatamente. Con una suave sonrisa, se levantó, la besó en los labios y salió. Hermione se fijó en el libro que había estado leyendo Draco antes de su llegada. Había varias páginas marcadas. Muerta de la curiosidad, lo abrió por la primera y comenzó a leer, segura de que aquella lectura iba a ser de todo menos placentera.
“La Artesa o Escafismo”: palabra que proviene del griego Skaphe y que significa vaciado. Se toman dos artesas hechas de madera que ajusten exactamente la una a la otra y, tendiendo en una de ellas boca arriba al que ha de ser castigado, traen la otra y la adaptan de tal forma que queden fuera la cabeza, las manos y los pies, dejando cubierto el resto del cuerpo sin posibilidad de movimiento. En esta posición, se alimenta al reo. Si no quiere, se le obligará punzándole en los ojos. Después de comer le darán a beber miel y leche mezcladas, echándoselas por la boca y derramándolas por la cara. A continuación, se le expone de continuo al sol, de modo que le dé en el rostro y de tal manera que atraiga a infinidad de moscas y otros insectos. Al estar imposibilitado el reo de moverse, tiene que hacer sus necesidades dentro de la artesa. Con el paso de los días, dichas heces engendrarán bichos y gusanos que iran devorando lentamente el cuerpo. El reo suele tardar en morir de quince a diecisiete días”
-Merlín bendito –Hermione cerró los ojos durante unos segundos, intentando calmar los espasmos de su estómago. ¿En serio Draco estaba barajando la posibilidad de castigar al pelirrojo de aquella manera? Comenzando a tener verdadero miedo, buscó la siguiente marca y leyó.
“El Toro de Phalaris o Falaris: el aparato en cuestión era una reproducción en bronce de un toro o buey cuyo interior se encontraba hueco. Por una portezuela que tenía en un costado, se introducía al reo y debajo de la figura se encendía una gran hoguera. Literalmente, el preso era asado vivo. Además, la resonancia en el interior hacía que los gritos que salían por la boca del toro parecieran mugidos de dicho animal. El Toro de Phalaris era un ingenio que, entre los años 1500 al 1700 no faltaba en ninguna cámara de torturas que se preciara de serlo.”
-No. Me niego a que Draco se rebaje a esto –Hermione dejó el libro, perdido todo el interés en las demás hojas marcadas.
-Sabía que eras curiosa, sabelotodo. Pero de ahí a espiar las cosas privadas de la gente… hay un buen trecho.
Hermione sintió cómo el corazón se le paraba durante unos segundos. Se giró lentamente para encarar al ojigris. Draco la miraba con el rostro completamente inexpresivo. No había ninguna emoción en él que ella pudiera utilizar a su favor.
-Lo siento. Pero sabes que los libros me pierden… -se sentía nerviosa. No por haber sido pillada leyendo el maldito libro, sino por lo que en esos momentos estuviese pasando por la mente del rubio.
-Tienes miedo. Puedo olerlo –Draco se acercó un paso más a ella y cogió el libro del butacón donde ella lo había dejado- No temas. No pienso someter a tu adorada comadreja a ninguna de estas torturas.
-Me alegro.
-No deberías –Draco sonrió de medio lado.- Esto son torturas muggles. Encontré este libro y me picó la curiosidad. Sabía que los tuyos habían sido demasiado creativos a la hora de idear formas de infringir dolor. Pero lo que he leído ha superado todas mis expectativas.