El haber pensado que la vista en el Ministerio iba a ser a puerta cerrada había sido pedir mucho. Cuando el señor Weasley, junto a Potter, la sangresucia y su tía, se aparecieron en el Atrio, una manada de periodistas sedientos de información casi les aplasta. Draco permaneció en lo que él pensó un discreto segundo plano. Pero no contó con Skeeter. La muy zorra estaba emboscada junto a los ascensores, en un área libre de sus colegas, al acecho. Y cuando vio aparecer la platinada cabellera, se lanzó a por el chico como una desesperada.
-Mira a quién tenemos aquí. ¿Qué tal te sienta el estar viviendo con tu más acérrimo enemigo? ¿Qué tal lleva nuestro amado Salvador el convivir con un mortífago? ¿Y qué hay de la señorita Granger? ¿Ya ha intentado echarle el lazo?
-¿Pero de qué cojones estás hablando, vieja loca? –Draco aún estaba procesando las preguntas. La periodista sonrió con maldad. Su vuelapluma estaba a punto de arrancar chispas del papel tal era la velocidad a la que se movía.
-¡Oh! ¿No lo sabías? La dulce e inocente Hermione Granger es toda una cazafortunas. Desde que ingresó en el colegio, ha ido tras los chicos más importantes: Potter, Krum, Weasley y ahora tú, jovencito.
-Haga que le miren las conexiones neuronales, señora –Draco se apartó varios pasos de la molesta mujer- Porque si considera a la comadreja de Weasley alguien importante, andamos mal.
-Es uno de los salvadores de nuestro mundo.
-Potter salvó nuestro mundo. Granger, siendo… una impura, salvó nuestro mundo gracias a sus conocimientos y su cerebro. Pero Weasley… se limitó a estar a la sombra de magos mucho más capaces y competentes que él. Simplemente tuvo suerte de hacerse amigo de la persona indicada en el momento correcto. Sepáralo de Potter y Granger, y no vale ni un Knut.
-Draco, muchacho, ahí estás –Arthur Weasley se situó a la izquierda del chico, mientras se limitaba a ignorar a la periodista- Venga, nos esperan en la sala 13.
Draco no pudo evitar palidecer. Ahí había sido juzgada su familia. Y ahí casi había sido destruida. Aunque si lo pensaba bien, casi hubiera sido mejor. Siguió al patriarca de los pelirrojos sin decir ni una palabra. Potter y Granger caminaban detrás suyo, hablando en susurros. Se atrevió a mirar a la chica por el rabillo del ojo. Estaba furiosa. Muy furiosa. Y era todo por su culpa. Y por culpa de su bocaza. No pudo contener un suspiro de resignación. Estaba acabado. Lo único que sentía era el no poder despedirse del pequeñajo y de sus amigos.
Sintió que alguien le tocaba el hombro. Giró un poco la cabeza para encontrarse con la cálida mirada de su tía.
-No temas nada, cariño. No pueden culparte de no haber hecho caso al mandato judicial porque estabas cumpliendo una de las cláusulas que establecieron: usar magia sin supervisión en caso de peligro mortal. Y tú y Teddy lo estabais.
-Ya, intenta hacer que esa idea penetre en esos cerebros antediluvianos, más propios de la Ley del Talión que de nuestros tiempos.
Andrómeda se limitó a sonreír. Cuando entraron en la sala 13, el consejo de magos al completo ya estaba allí. Kingsley permanecía de pie, charlando con un anciano. Draco fue directo a la silla y se dejó caer en ella. Sus acompañantes permanecieron en pie en uno de los laterales. Al menos que fuesen llamados a declarar, estaban allí como apoyo moral. Cuando el consejo tomó asiento, Kingsley empezó.
-Draco Malfoy, estas aquí porque hace casi un mes rompiste una de las cláusulas de tu libertad.
-Cierto es. –su voz sonó firme, para desconcierto de todos. Si querían verle asustado, temblando de miedo, sudando por el terror a saberse condenado, ya podían esperar sentaditos, porque no les iba a dar el gusto.