-Me niego, Potter. He llegado a considerar esta casa mi hogar. He cedido en lo de convivir con vosotros dos. Pero rotundamente no. No pienso ir a la Madriguera. No quiero que me cosan a maldiciones nada más asomar la nariz por allí.
-No seas nenaza, Malfoy –Harry se frotó los ojos, desganado. Llevaba dos horas de reloj discutiendo con el hurón- No pienso dejarte aquí solo en Nochebuena.
-No tengo motivos para celebrarla, Potter –Draco permanecía apoyado en la chimenea, con el ceño fruncido y a punto de montar un berrinche.
-Tú vienes sí o sí. Aunque tenga que petrificarte y llevarte a rastras por media Inglaterra. –Harry sacó su varita y apuntó con ella al otro chico, que se limitó a soltar un bufido.
-¿Es que no entiendes que quizá ellos no me quieran ni ver? –Se quitó el brazal y le mostró la marca- Por si a tu oxidado cerebro se le ha olvidado, soy un mortífago.
-Y yo la reencarnación de Merlín, no te jode –Harry cogió aire- Por favor, Draco. Solo por esta noche. Cenamos, abrimos los regalos y nos volvemos a casa.
-¿Regalos? –Ahora sí que estaba jodido. No se había acordado de los malditos regalos. Miró el reloj que descansaba sobre la chimenea. Eran las diez de la mañana. Aún tenía tiempo- ¿Quiénes van a ir?
-Menos Ron, todos. Arthur, Molly, Charlie, Bill y Fleur, George y Angelina, Percy y Aubrey, Ginny, Herms, Neville, Andrómeda y Teddy, Minerva, Hagrid, tú y yo.
-Joder. ¿Y vamos a caber todos?
-Para algo somos magos, Malfoy –Harry sonrió. Aquello quería decir que había ganado la discusión.- Necesitarás ir al callejón Diagon.
-¿Sabes que te odio con toda mi alma?
-Yo también te quiero, huroncito.
Cogieron sus abrigos y se desaparecieron rumbo al callejón Diagon. Aparecieron en un callejón cerca de Gringots. Draco necesitaba sacar algo de dinero para comprar los regalos. Harry se situó a su lado al sentir que eran el centro de atención de todos los transeúntes.
-¿Cuánto puedes sacar?
-Si tenemos en cuenta que no he utilizado nada en estos meses, unos trescientos cincuenta galeones.
-Vale. No creo que nos pongan pegas –entraron en el banco y un solícito duende corrió hacia ellos. Hizo una profunda reverencia ante Harry y a Draco le obsequió con una mirada entre el asco más profundo y el odio acérrimo.
-Veo que también soy muy popular entre los duendes –sus palabras destilaban sarcasmo.
-No les hagas caso. A mi me pelotean por eso de ser el Salvador. Pero si de ellos dependiera, me achicharrarían a maldiciones. Te recuerdo que destrocé gran parte de su banco.
-Esa sí fue buena. –Caminaban detrás del duende, que les obligó a dar una muestra de sus cabellos.- Esto es nuevo.
-Ya no se fían de nadie. Al menos que te arranquen en persona el pelo –Harry fulminó con la mirada al duende. Odiaba a esos seres al considerarlos rastreros y traidores.- Vamos primero a tu cámara y luego a la mía.
-Como quieras.
El viaje a las profundidades del banco lo hicieron en silencio, pues se dieron cuenta que el duende estaba con las orejas puestas, a ver si pillaba algún chisme. Cuando llegaron ante la cámara de los Malfoy, Draco sintió un escalofrío. Allí estaba todo lo que quedaba de su dinastía. Caminó despacio, seguido de Harry. Pasó su varita por la cerradura y la gigantesca puerta se abrió en silencio. En su interior se encontraron con montañas y montañas de galeones, obras de arte, muebles antiguos, tapices y miles de libros que, por su pinta, eran los originales. Harry no pudo evitar un silbido de admiración.