6. Soltar

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"No puedes ocupar todos los lugares"

Cuauhtémoc López salió disparado de la rectoría y buscó instintivamente su teléfono. Cuando lo encontró, vio que tenía dos mensajes nuevos de Aristóteles. Le faltó valor para leerlos, sobre todo cuando vio que eran ya las 3:45. Genial. Había llegado tarde a una cita a la que ni siquiera tenía que desplazarse. Entró al canal de Aristóteles y vio que el video de la transmisión en vivo seguía disponible. Comenzó a verlo mientras se dirigía a casa. Cada segundo de transmisión parecía una hora de tortura.

Al inicio, Aristóteles no paraba de elogiar al castaño, de hablar de lo buen novio que era, de lo mucho que lo procuraba y de los sacrificios que hacía para estar con él. Lo siguiente que notó fue el cambio en su semblante. La forma en que el chico pasaba de una extensa sonrisa a una mueca que intentaba parecer alegre. No fue nada difícil percatarse del cansancio en su tono de voz y de los intentos que hacía para revisar constantemente su celular. Cuauhtémoc sabía que lo buscaba a él, que lo que en realidad Aristóteles esperaba en su teléfono era ver alguna señal suya.

Cuando la transmisión concluyó, se limitó a caminar sin rumbo. No sabía si debía dirigirse a casa. Tuvo miedo de que la presencia de Aristóteles en su hogar también lo acusara ¿Por qué se sentía tan culpable? No había tenido opción ¡Era el rector el que lo había mandado llamar! ¿Qué se supone que debía hacer al respecto? Sabía que no podía seguir evadiendo hablar con Aristóteles, así que simplemente fue a casa y decidió afrontar las consecuencias de sus actos.

Justo cuando entró a casa, su teléfono sonó. Era una llamada de Diego. Consideró seriamente rechazarla, pero sintió que tenía que hablar de lo que le pasaba con alguien.

— Diego, necesito contarte algo. Fíjate que hoy... — fue interrumpido por el chico.

— Temo, todo Oaxaca ya sabe — el tono de Diego era lúgubre.

— ¡¿Qué?! ¡¿De qué me hablas?!

— ¿No leíste los comentarios en el live de Aristóteles?

El rostro de Cuauhtémoc López palideció, como si la sangre hubiese desaparecido de él. Tomó de nuevo su celular y comenzó a leer. El primer comentario fue como un piquete de alfiler. El segundo fue un aguijón de abeja y el tercero, un navajazo. La escala de dolor aumentaba conforme iba leyendo la crítica hacia su relación, hacia la solidez de su amor por Aristóteles y, sobre todo, cuando cuestionaban su fidelidad hacia el chico de los rizos. Tal vez, sólo tal vez, no había tomado la decisión correcta. Se sintió cobarde, poca cosa, deshonesto. Fue como si hubiese lanzado por la borda cada lágrima que lloró por la indecisión de Aristóteles, o cada aprendizaje que obtuvo del rechazo de los Córcega e incluso de su hermano menor. El teléfono vibró. Casi se le cae de las manos cuando leyó la notificación.

ARIS C. DE L. [8:03 P.M]: ¿Podemos hablar?

Silencio. Miedo. Quietud. No se sentía nada valiente para encarar a Aristóteles en ese momento ¿Y si terminaba con él? ¿Y si le reclamaba? ¿Cómo iba a excusarse? De nuevo, el teléfono vibró.

ARIS C. DE L. [8:06 P.M]: Cuauhtémoc López. Sé que estás ahí y te conozco demasiado bien para saber lo que estás pensando. No, no estoy molesto, no, no voy a terminar contigo. Por favor ¿podemos hablar?

— ¿En verdad soy así de predecible? — Temo habló para sí mismo.

Tomó su teléfono y se dirigió a la habitación en la que se encontraban las cosas de Aristóteles para tomar la llamada. Inició la solicitud y casi al instante, la imagen de su novio se hizo visible. El chico se veía lloroso y tenía los ojos irritados y algo hinchados, pero sonreía de la forma honesta en que acostumbraba a hacerlo.

"Por nosotros" || AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora