Publicidad: Nuevo fanfic Aristemo

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Como algunos ya saben, había decidido iniciar con un nuevo fanfic Aristemo en paralelo con esta historia, pero con detalles distintos a los de este arco argumental. Estoy a una semana de empezar, y me gustaría que me dieran su opinión respecto a lo que es parte del prólogo/primer capítulo de esta historia.

Si tienen alguna sugerencia de nombre, también es bienvenida. No lo odien demasiado, es solo un pedacito de lo que creo que puede ser una linda historia :)

Era una tarde lluviosa de Oaxaca, una en la que el viento obligaba a los transeúntes a refugiarse en los negocios cercanos y que evitaba que la gente saliera de sus casas. Durante la temporada, todos procuraban terminar sus actividades lo más pronto posible y se mantenían en casa, dado lo impredecible e implacable del clima.

Si Aristóteles Córcega se encontrase en una mejor situación económica, sería tal vez su caso. En cambio, se encontraba haciendo diligencias para la pequeña cafetería familiar, en la que trabajaba medio tiempo por las tardes para ayudar a solventar los gastos de su universidad. Aunque a sus veinte años era un músico prodigioso y un cantante excepcional, esos no parecían ser argumentos suficientes para que el Instituto de Arte de Oaxaca concediera al chico una beca completa. "Afortunadamente", su abuela le había dado el "privilegio" de formar parte del equipo de trabajo de su negocio, el cual atendía al frente con su prima Linda, mientras su madre, Amapola Castañeda, y su tía Blanca Córcega se encargaban de preparar diligentemente todo lo que salía de la cocina.

Su nada glamoroso trabajo, al igual que el de su prima linda, era ser "todólogos", pues sus ocupaciones variaban entre ser meseros, afanadores, mandaderos y todo lo que a su abuela se le ocurriera necesitar por un lapso de cinco horas, de tres de la tarde a ocho de la noche. Era una vida complicada, sobre todo para un chico que apreciaba el arte y no veía la hora de dejar de fregar pisos, servir bebidas y limpiar mesas para trabajar exclusivamente en lo que absorbía su pensamiento la mayor parte del día: la música.

La paga no era mucha, pero la gente que frecuentaba el pequeño establecimiento ya los conocía y trataba de ayudarlos dejando las mejores propinas que su economía les permitía. Muchas veces, esas propinas habían sido la diferencia entre pagar o no una mensualidad de la escuela e incluso entre comer o no hacerlo un día entero. Si bien su abuela se desvivía en consentir "al pequeño Arquímedes", él no era santo de la devoción de la señora por elegir aquella "carrera sin futuro". Su madre no lo cuestionó demasiado, pues veía la enorme sonrisa y felicidad que traía a su hijo componer música, cantar y bailar. Al final del día, como madre, solo esperaba que su hijo fuese feliz y lucharía con él por conseguirlo.

Aunque las tardes eran aburridas, de vez en cuando, como aquel día, pasaba una que otra cosa interesante. Lo que Aristóteles no sabía era que ese día estaría iniciando una novedosa etapa en su vida.

La lluvia caía a cántaros. El negocio familiar estaba completamente vacío y tanto él como Linda, su madre y su tía se cuestionaban el cerrar temprano. Justo antes de que él y Linda convencieran a las dos mujeres mayores, un joven entró protegiéndose del aguacero, y cuidando una pequeña mochila. Se sentó en la mesa más próxima a la puerta, mientras atraía las miradas de ambos jóvenes.

El chico, castaño y de unos lindos ojos color miel, puso sus cosas en la mesa y Linda le llevó la carta. Entonces, notó un gesto que Aristóteles conocía demasiado bien. Contó con avidez cada una de las monedas de sus bolsillos, mientras buscaba hasta la última de ellas, con la esperanza de que el total fuese suficiente para comprar lo más barato del lugar y esperar a que pasara la lluvia. Como en un autorreflejo, se dirigió al bote de las propinas y con unas matemáticas precisas, dividió las propinas del día para tomar su parte.

Terminó de contar el dinero y lo contó de nuevo una vez más. Cuando estuvo seguro de que tenía suficiente para lo que quería, tomó la cantidad necesaria, la metió en la registradora y sirvió una pequeña taza de chocolate. Aun sin saber por qué, hizo a un lado sus rizos, se miró en un plato mientras sonreía y, cuando estuvo satisfecho, tomó la taza para depositarla frente al chico, que lo miró con extrañeza.

— Yo... aun no he ordenado nada — dijo el chico con timidez.

— Esto es por parte de la casa.

Dedicó una sonrisa al menor, que fue correspondida con el mismo gesto. Se dio la vuelta y se alejó aún sonriendo, sin saber muy bien por qué. Lo que Aristóteles no sabía era que acababa de hacerle un favor a quien se convertiría en una de las personas más importantes en su vida... y tal vez en su vida misma.

"Por nosotros" || AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora