17. Tercer acto: Planes fallidos.

900 78 81
                                    

"¿Era tan difícil que aceptaran que soy diferente?"

Cuando Doña Imelda escuchó la voz de Tulio, dejó caer la taza que sujetaba en ese momento. No pudo sino voltear a ver para confirmar que realmente su hijo el que estaba frente a ella. Algo no estaba bien. Se sentía insegura, pues era la única en casa. El hombre se veía ojeroso y su mirada lucía desenfocada, casi rabiosa.

— ¡Tulio! Doña Imelda intentó acercarse a su hijo, aunque lo hizo con cautela.

— ¿No me vas a dar un abrazo, mamá? Vine exclusivamente por ti.

— C-claro, Tulio. — doña Imelda balbuceaba sus respuestas — ¡Ven aquí, hijo!

La mujer abrazó a su retoño, mientras depositaba un beso en su mejilla. Todo iba bien, hasta que intentó romper el abrazo.

— Yo no he terminado, madre — el hombre incrementó su fuerza. — y necesito tenerte cerca para lo que quiero decirte.

— ¡T -tu... Tulio! ¡M – me ... me lastimas! — Doña Imelda intentaba apartarse sin éxito.

— No tanto como tú lo has hecho conmigo madre. Siempre me inculcaste un fuerte sentido del deber, de la moralidad, de lo correcto. Rechazaste a todas las mujeres que se me acercaron, que intentaron hacer una vida conmigo. Trataste a mi esposa como si fuera ganado, porque "no podía tener hijos, y por lo tanto no era una verdadera mujer" ...

— ¡Yo les pedí perdón por todo eso, hijo! ¡¿No has podido perdonarme?!

— .... Me dijiste que el amor solo podía darse entre un hombre y una mujer. Que Dios no aprobaba el amor entre parejas del mismo sexo.

— ¡¿A qué viene t – todo ... esto?!

— ¡¿Por qué acabaste aceptando al fracasado de Audifaz?! ¡Mírate! ¡Cocinando para esos mugrosos, la piojosa de su esposa, su hijo el desviado...! ¡Toda la familia de achichincles, solapando esas inmoralidades! ¡Y tú a la cabeza de ese desfile de degenere! ¡No te importó el éxito que logré, que sea el que mejor posición económica tiene, nada de eso compensó el que yo no tenga una familia como la de Eugenio o la de ese otro imbécil! — el tono de Tulio se había elevado hasta los gritos.

Para este punto, Doña Imelda estaba al borde del desmayo. Sus fuerzas se habían agotado en forcejear con su hijo, además de que Tulio imprimía cada vez más fuerza en su abrazo, frenando cualquier intento de zafarse. Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Tulio Córcega.

— Decidí, madre, que sólo había una explicación lógica para todo esto. Tú ya eres una mujer senil, vieja, achacosa y acabada. Ya no puedes vivir por tu cuenta, y menos rodeada de tantas malas influencias ¿Recuerdas cuando querías que sobornada al juez para que el pequeño Arquímedes estuviese con nosotros? Bueno... eso no lo logramos, pero a ti si te voy a curar. Pagué una estancia para que te vayas a pasar unas "vacaciones" a un pequeño... sanatorio. Y vine por ti, para llevarte.

— ¡Ya basta, hijo! ¡No estás bien!

— ¡No, mamá! ¡La que no está bien eres tú! ¡Y me lo demuestras solapando toda esta inmoralidad!

Tulio liberó el abrazo para extraer una jeringa de su gabardina. Esta contenía un sedante, pues sabía que su madre no iría por voluntad propia a ese lugar. Doña Imelda aprovechó ese breve momento para dar un codazo y un pisotón a su hijo e intentar zafarse, pero el hombre la sujetó nuevamente. Justo cuando iba a clavar la aguja en su madre, la puerta se abrió, dejando entrever a la familia Córcega Castañeda.

— ¡Tulio! ¡¿Te volviste loco?! ¡Es nuestra madre!

— Será la tuya, Audifaz, porque para mí, mi madre murió cuando decidió que era correcto ir contra Dios.

"Por nosotros" || AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora