62. Adiós inesperado

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"Somos dueños de casi todo... menos de nuestra vida"

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La euforia de toda la familia por el recién adquirido compromiso de Aristemo no se hizo esperar. Todos abrazaban y felicitaban a la pareja, deseando lo mejor, salvo una persona que no estaba lo suficientemente sana para ir y que sugirió quedarse en casa preparando el chocolate para recibir a todos los invitados.

— ¡Vayan, Amapola! ¡Asegúrense de que ese par sí se comprometa! Mientras tanto, voy a preparar un riquísimo chocolate con cacao para cuando vengan todos ¡Ni crean que vamos a brindar con alcohol ni nada de eso! ¡Mis nietos apenas van a ser mayores de edad!

— ¡Ay, Mamasuegra! ¿No está viendo que esos dos van que vuelan para la vida adulta? ¡Acompáñenos! A ellos les va a dar mucho gusto verla ahí, en ese momento.

— ¡Y no lo dudo, no lo dudo! A mi también me va a dar muchísimo gusto ver a ese par triunfar. Su amor lo resistió todo ¡Hasta a mí! ¡Y vaya que eso sí es un logro! — Doña Imelda soltó una breve sonrisa, antes de dirigirse a la cocina ante las objeciones de todos.

— Doña Imelda se quedó en la casa a preparar la tragazón — Pancho soltó una de sus características risas — Ya conoce a su gente y dijo que quería prepararles chocolatito para brindar.

— Doña Imelda ha sido una de las personas que más nos ha apoyado. Desde que nos aceptó, se ha portado como una verdadera abuela.

— ¡Ehh! ¿Y a mi dónde me dejan? A mí que me coma un perro ¿no? — Doña Crisanta cruzó los brazos y fingió una mirada enojada — ¿Es porque no soy güereja?

—Usted también es familia, doña Crisanta — Aristóteles la abrazó y depositó un beso en la mejilla.

— ¡Pero cuéntanos! — Susana también estaba eufórica — ¿Cómo es que lo organizaron todo, Aristóteles? Hasta a mí me sorprendió la noticia y más que Pancho no pusiera sus moños.

— Pues a mí me dijeron tus papacitos chulos que no era un anillo de compromiso y que tampoco se iban a casar mañana. Ay... me acuerdo mucho de tu mamacita chula que en paz descanse, Temo. — El castaño volteó a ver a Susana, esperando que no se hubiese incomodado con el comentario.

— El amor de verdad no se olvida, Temo — Abrazó y besó a su esposo en la mejilla — Yo también le tengo un cariño especial a tu mamá, porque me dio un hijo prestado. Sabes que te quiero como si hubieses nacido de mí.

— ¿Es en serio que no nos dejaste ayudarte a organizarlo, primo? — Linda se acercó y besó a ambos en la mejilla, mientras Axel abrazaba a los dos chicos y palmeaba sus espaldas.

— Pues es que si lo sabía todo Oaxaca ya no iba a ser sorpresa — Aristóteles se excusó — Además, lo importante es que estuvieron aquí para compartir el momento.

—¡Temo, Temo! — La tropa Unidos estaba en pleno y junta, lo cual no ocurría desde hace mucho tiempo — ¿Van a tener pajes? ¡Yo pido! — Julio estaba bastante emocionado por la idea.

— Oigan... no nos vamos a casar mañana.

— ¡Pero tío Audifaz y tía Polita sí! — Frida señaló al matrimonio Córcega Castañeda, que estaba algo apartado del resto para darle espacio a su hijo y al que sería formalmente su yerno en el futuro.

— ¡¿Cómo?! — Temo estaba que no se la creía.

— Sí... esa era otra de las sorpresas. Mañana van a casarse de nuevo por el civil y más adelante cuando podamos viajar con más calma, van a renovar sus votos en la iglesia — Aristóteles estaba notablemente contento con la noticia.

— ¡Ari! ¡Está increíble! Recuerdo que cuando nos dieron los anillos dijeron que lo harían y la verdad es que ya se estaban tardando.

— Mi abuela tuvo mucho que ver con que se casaran. Dijo que quería una boda en la familia y que si no era la nuestra, que al menos fuese la de ellos — Aristóteles señaló a su papá, quien abrazaba a su mamá como si bailaran — Después de varios meses, su relación ha mejorado mucho y ahora son el matrimonio que siempre debieron ser. Mi mamá estuvo de acuerdo y cuando les dije lo de la propuesta me dieron la idea de que fuera justo antes de su boda civil.

— Ya quiero que sea mañana — Temo estaba realmente emocionado por la idea.

Así se fueron acercando todos los conocidos a felicitarlos, abrazarlos.

— Siempre supe que acabarían juntos — Robert abrazó a Temo — Me alegra que no te hayas rendido con mi primo.

— Pues las cosas no pasaron como creí que pasarían, pero aquí estamos.

— Bueno... nosotros solo venimos a decirles que, cuando se animen, nosotros queremos regalarles la luna de miel — Julieta tomó la mano de Aristóteles y luego la de Temo — Sé que acaban de volver de un viaje por México, pero el que les queremos regalar es... a España.

— ¡¿Te cae?! — Dijeron al unísono.

— Sí, primo. Pero para eso falta mucho. Solo queríamos que supieran que compartimos la emoción con ustedes.

Los últimos en acercarse fueron sus amigos de la capital. Al inicio, Temo se sintió un poco raro con Diego.

— ¿Quién lo diría, no? —Diego se rascaba la cabeza — Parece que al final te amarraron. Me siento muy feliz por ti, amigo.

— Gracias, Diego. Me alegra compartir los momentos importantes contigo. Después de todo, fuiste de mis primeros amigos y ahora eres casi mi hermano.

Pero tu hermano menor ¿ehh? Porque soy un jovenzuelo.

Yolotl no se acercó de inmediato a los chicos; tenía los ojos llorosos y Zack la abrazaba.

— Oye ¿Ella está bien?

— Ya te contará qué le pasó. Lo que te puedo decir es que va a necesitar mucho de nuestra ayuda. Ella... ha pasado por demasiadas cosas.

Era cierto. Yolotl Rey había tenido un encuentro con su madre y no había salido bien librada del todo, al menos no emocionalmente. Cuando notó que la veían, se limpió los ojos y corrió a abrazar a sus amigos.

— ¡Me hicieron mucha falta, tontos! — Limpió sus lágrimas en la camiseta de Temo — ¿A poco no me extrañaron?

Entendieron que la chica no quería lidiar de momento con lo que le pasaba y que ellos no eran nadie para presionarla, así que le siguieron la conversación.

— La verdad sí, Yogurth.

Entre risas y una animosidad que hace mucho no vivía toda la familia López, se dirigieron hacia el edificio Córcega para encontrarse con cualquiera que fuese la sorpresa que Imelda Sierra les había preparado a los chicos.

Entraron al edificio y notaron que la puerta de la vivienda de la mujer estaba abierta. Entraron para darse cuenta de que había una mesa con galletitas al centro, justo de las favoritas de Aristóteles: una especie de polvorones que se habían convertido en su debilidad cuando niño. También había un recipiente con bastante chocolate frío. Sin embargo, a la que no encontraban era a Doña Imelda.

— ¡Abue! — Aristóteles gritó, mientras esperaba una respuesta de su parte — ¿Dónde andas?

En vista de que no recibió ninguna respuesta, Aristóteles tomó a Temo de la mano y lo condujo a la cocina por si tenían que ayudar a doña Imelda a llevar algo a la mesa.

No estaban preparados para lo que vieron. Ahí, en medio de la cocina y entre vidrios rotos de un par de platos, yacía Imelda Sierra de Córcega con una mirada tranquila, relajada; cualquiera que la hubiese visto con esa expresión en su cama hubiese pensado que dormía.

— ¡Abuela! ¡Abuela! — Aristóteles y Temo se acercaron para ayudarla a levantarse y darle los primeros auxilios.

La rigidez en su cuerpo comprobó los temores más profundos de ambos chicos: Imelda Sierra de Córcega estaba muerta... no sin antes haber servido todo para festejar el amor de sus nietos.

Fin del Capítulo 62.

Lo siento mucho :( 

"Por nosotros" || AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora