29. Me haces falta

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"Nunca voy a acostumbrarme a que no estés"

A los diecisiete años y medio, Temo y Aristóteles eran una lluvia de hormonas. No se trataba simplemente de la edad, sino de la madurez de ambos y de la confianza que, como pareja, habían adquirido. Temo veía el deseo en los ojos de su novio y, aun así, intentaba reprimirse para no lastimarlo.

— N – no q – quie... ro que te lastimes — Dijo con voz entrecortada.

— No va a pasar, si tenemos cuidado.

— E – espera, p – por favor.

Cuauhtémoc López corrió a su habitación como si su apartamento estuviese en llamas y, de la mesa de noche, tomó una crema corporal que utilizaba para hidratar su piel. Aristóteles estaba limpio: no solo lo habían bañado al darlo de alta, sino que él mismo se había bañado al llegar de nuevo a casa. Temo aprovechó para empezar a besar cada parte de su cuerpo. Primero lo hizo con los dedos de los pies: repartía pequeños besos en cada uno de ellos, iniciando con el índice y terminando con el pulgar, mientras daba algunos mordiscos ocasionales.

Al inicio, Aristóteles reía. Sentía cosquillas por la forma en la que Temo besaba sus pies, y no temía expresarse soltándose a carcajadas pues sus pies eran una parte muy sensible de su cuerpo. La expresión del chico cambió cuando su novio comenzó a aplicar la crema sobre su cuerpo.

— Eso... se siente bien. — Aristóteles se dejaba llevar por la sensación de frescura sobre su cuerpo.

— Esa es la idea. Esto es humectante y des inflamatorio.

Cuauhtémoc López aplicaba la crema con dedicación, como si la piel de su novio fuese de porcelana o pudiese quebrarse al menor de los contactos. Lo ayudó a retirar todas las prendas que tenía, mientras seguía el movimiento. Después de sus pies, siguieron sus piernas. Era curiosa tanta atención al detalle por parte de Temo, quien no perdía de vista cada una de las reacciones de Aristóteles. Intentaba leerlas, ayudarse a decidir si estaba haciendo un buen trabajo. Por la cara y los ruidos que Aristóteles emitía, el masaje estaba resultando ser excelente y cumplía con todos sus propósitos.

Llegó a sus piernas y las masajeó con extremo cuidado. Se dio cuenta de que Aristóteles tenía un hematoma bastante visible; supuso que el agresor lo había pateado primero en esa área para inmovilizarlo y aplicó una mayor cantidad de crema. La sensación de alivio fue inmediata en el rizado, quien no dejaba de suspirar. Cuauhtémoc López rozaba la virilidad de su novio al masajear, al grado de haberle provocado una erección bastante notable. Aun así, no se detuvo en ese punto; siguió por el abdomen e incluso las tetillas de Aristóteles. Quería recorrer con sus manos y su vista cada parte del cuerpo de su novio.

— Estuvo increíble, Temo — Aristóteles lo atrajo a sí mismo para darle un beso en los labios, que Temo convirtió en una batalla de lenguas.

— Me haces falta, Ari — Temo se acostó junto a su novio.

— Yo... creí que ya te habías acostumbrado a la ciudad; a estar sin mí.

— Nunca voy a acostumbrarme a estar sin ti, Aristóteles. Nunca a un lugar en el que no estés, o a una vida que no comparta contigo.

Justo cuando Temo creía que la función había acabado con su masaje, Aristóteles lo abrazó por la espalda, mientras besaba su cuello. Ahí, en la intimidad de su habitación, hicieron el amor. Fue curioso si tomamos en cuenta que Aristóteles estaba cubierto de crema humectante, pero fue una entrega lenta, detallada. Ambos se extrañaban y, en parte, el que Aristóteles no pudiese hacer movimientos bruscos, llevó a que el acto fuese más relajado y disfrutado por parte de ambos. Cada beso decía "te necesito", cada caricia era un "te extrañé" y cada abrazo gritaba "me haces falta". Se lo dijeron todo en el clímax; nada era cuestionable y cada cosa estaba en su lugar.

"Por nosotros" || AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora