El Principio

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La vida es muy difícil, para todos, algunos la sufren más, otros menos. Suele golpearnos infinitas veces, se supone que deberíamos aprender de esos golpes, levantarnos, esquivarlos, evitarlos o hacer algo al respecto. Algunos pueden con esto, otros no.

Yo soy de esas personas que tienen una infancia hermosa, pero luego las cosas se ponen difíciles. Y si, así fue, la vida me golpeó seguidas veces, sin descanso y sigue sin parar.

Tengo 17 años, casi 18 y perdí a mis padres a los 15. Fue en un accidente. Íbamos por la ruta que conecta la ciudad donde vivimos con el campo, donde vivían mis abuelos, teníamos la intención de ir a visitarlos, pero nunca llegamos. Un auto salió de la nada, nos atropelló, yo me salvé, pero mis padres no. Viví un tiempo con mis abuelos, ya que mis padres dejaron un testamento en el que aparecían ellos como mis principales tutores, pero ellos fallecieron poco tiempo después del accidente. La siguiente persona que dejaron para que estuviera a mi cargo es mi madrina.

Si tengo que ser sincera la he visto como máximo tres veces cuando era una niña. Isabel es una persona a la que no le gustan y nunca le gustaron los niños, pero era amiga de mi madre, por eso me dejaron a su cargo. Igualmente no lo hace por mi, sino por dinero. Mis padres y mis abuelos dejaron dinero en una cuenta bancaria. Mensualmente me otorgan cierta cantidad que no puedo manejar por mi misma porque soy menor de edad. ¿Ustedes piensan que toco algo de eso? Pues no. Lo utiliza Isabel para comprarse cosas para ella, pagarse salidas con sus amigas y hacer todo lo que no había podido hacer antes. Desde que estoy con ella hace dos años no me he podido comprar nada para mi. Sigo utilizando la misma ropa que usaba a los 15, el mismo calzado, haciendo hasta lo imposible por ahorrar hojas para escribir en el colegio, porque literalmente ni siquiera útiles escolares para que pueda seguir estudiando me ha comprado.

Hoy es mi último día en el colegio, mi último año y también es el día en el que la trabajadora social vendrá a mi casa para que Isabel firme la emancipación. Por fin seré libre, manejaré mi dinero por mi misma, podre ir a la universidad, a una pública claro, porque no tengo dinero para pagarme una privada.
La cláusula que dejaron mis padres fue que no podía tener acceso a las cuentas bancarias hasta que finalizara mis estudios (previos a los universitarios), aunque no tenga en ese momento la mayoría de edad. Sólo quiero volver a mi casa y esperar a que la jueza llegue.

Mi última jornada escolar finaliza por fin. Salgo del establecimiento y camino las cinco cuadras que me separan de mi casa. Mientras voy caminando no puedo evitar pensar en lo mucho que las cosas cambiarán de ahora en adelante. Por fin seré feliz, ya no estaré bajo la tutela de una persona a la que jamás le importó nada de mi, aunque si tengo que ser sincera tengo un poco de miedo. Es un paso demasiado grande y no tengo la certeza de que las cosas vayan a salir bien. Incluso podría terminar pidiendo limosnas en la calle el resto de mi vida, pero por un tiempo tendré el respaldo que mi familia me dejó.

Cuando llego a mi casa veo a Isabel muy inquieta, dando vueltas por toda la casa. Esta desesperada, lo sé, perderá todo lo que le proporciona tantas comodidades en un par de horas.

-Buenos días -digo sonriendo.

-¿Por qué estás tan contenta maldita infeliz? -me pregunta mirándome con odio.

-Fue mi último día hoy y eso me pone contenta.

-Esa felicidad no te durará mucho, te lo aseguro -me dice apuntándome con el dedo índice.

Yo me voy a mi habitación, dejo mi mochila y me quedo mirando el lugar, donde siempre estuve. Mi madrina ni siquiera fue capaz de llevarme a su casa, usurpó la que mis padres compraron cuando yo era pequeña. En cuanto me den acceso a mis cuentas me iré de aquí, probablemente no vuelva y voy a extrañar mucho este lugar.

Unas horas más tarde llega la trabajadora social y mi madrina me llama a los gritos para que baje. Nos sentamos en la mesa que hay en el living y la señora comienza a explicarnos algunas formalidades a las que no les presto mucha atención. Luego viene lo importante.

-Bueno, firmando este papel de emancipación usted renuncia a la tenencia de Holly, a ser la receptora del dinero que se le otorga mensualmente y se le transmite ese derecho a la niña- dice ella.

-Bueno, yo no estoy muy segura de firmar.

Yo la miro boquiabierta. La detesto, no puede ser que incluso teniéndolo en frente sea tan cara dura como para decir que no está segura de firmar el maldito papel.

-¿Cómo dice? -inquiere la señora.

-Lo que digo es que es muy pequeña aún para manejar ese dinero. Recién termina la secundaria. Creo que habría que esperar un tiempo para eso.

-La cláusula que los padres de la menor dejaron ya se ha cumplido, no hay razón para evitar que ella se apropie de lo que le corresponde.

-Bueno, yo no adhiero y soy la responsable de ella. Si algo le pasa recaerá sobre mi conciencia.

Pongo las manos sobre mis piernas y aprieto los puños intentando contener mi furia, pero no puedo. Esta arpía lo único que quiere es ese dinero y no va a firmar, estoy segura de que no lo hará.

-Tienes que firmar ese papel -le digo intentando mantener la calma-. Ya te has encargado de mi lo suficiente, ahora me toca sobrevivir por mi misma.

-No lo creo, no firmaré -dice poniéndose de pie.

Camina hasta la entrada de la casa y abre la puerta. La trabajadora social me mira sin entender nada y yo no sé cómo explicarle que la que le importo no soy yo, sino la plata.

-Váyase de mi casa -dice Isabel.

-Esta no es tu casa, es MI casa -digo yo levantándome de la mesa también-. No quiere firmar porque no quiere dejar de recibir ese dinero. Lo utiliza para ella, nada de lo que le dan lo utiliza para mi beneficio.

-¿Pero como te atreves a decir eso? -pregunta con fingida idignación-. Me he desvivido para cuidar de ti, malagradecida.

-Eso no es cierto.

-Holly, no puedo obligarla a firmar el documento, pero haré todo lo posible para que tenga que hacerlo -me dice la jueza.

Yo suspiro frustrada. No puede ser! Esperé este día durante meses y esta maldita lo estropea todo. Sabía que no sería fácil, pero no me imaginé que no firmaría, ni siquiera sabía que podía negarse.

-Usted volverá a saber de mi -le dice a Isabel.

-Usted sabrá de mi abogado.

La trabajadora social se va de mi casa e Isabel cierra la puerta con fuerza.

-No vas a librarte de mi tan fácilmente -dice acercándose a mi.

-Ya disfrutaste lo suficiente de lo que te cayó de arriba gracias a mis padres -le digo furibunda- ¿Por qué te cuesta tanto dejarme en paz?

-A mi no me interesa en lo absoluto lo que te pase a ti, lo que quieras y lo que hagas. Acostúmbrate, haré todo lo que tenga que hacer para que no toques ni un centavo de esa cuenta.

-¿Cómo pudo mi madre ser amiga tuya? ¿Cómo fue que no se dio cuenta de la clase de perra que eres?

Me da vuelta la cara de una bofetada y el golpe es tan fuerte que me quedo en shock por unos segundos.

-Tu madre era tan estúpida como tú. Vete a tu cuarto, anda, no me molestes.

Yo me doy la vuelta, subo las escaleras y entro a mi habitación. Cierro con llave y me siento en la cama. Lloro, lloro y lloro. Hace mucho tiempo que no lo hago, pero no puedo seguir conteniendo mis lágrimas. No sé qué es lo que haré, pero no puedo seguir así.


Me enamoré de un PandilleroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora