Capitulo 18

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CAPITULO 18

El desorden empezó cuando mamá decidió enviarme nuevamente donde un psicólogo.

Desde que tenía uso de memoria mi vida siempre se había basado en eso, visitar psicólogos y psiquiatras. Realmente ya no me incomodaba el hecho de asistir a uno o al otro, sabía lo que tenía que decir y hacer para tenerlos en mis manos, de hecho, eso siempre sucedía. De acuerdo, aquella vez no fue así, aquel psicólogo si logró sacarme de mis casillas, si logró dar en el punto clave.

En un principio cuando mamá se sentó en la orilla de la cama y me exigió  venir, no me negué. Tenía la situación en mis manos, o al menos eso pensaba. Mamá decía que yo estaba enferma y que el primer paso para salir adelante era admitiéndolo. Yo no lo admitía, quizá por eso la crisis, por mi falta de interés por los medicamentos.

En aquel momento me encontraba sentada fuera de un consultorio. Ni siquiera sabía quién era el dichoso psicólogo, lo único que sabía era que, mamá era amiga de él. Mis psicólogos siempre habían sido psicólogas, pero aquella vez fue la excepción.

Moví de forma inquieta mi pierna derecha mientras esperaba que el psicólogo me atendiera, llevada, diez minutos exactamente allí. Me habían dado el alta esa misma mañana, cosa que agradecí porque no aguantaba ya, la comida asquerosa de ese lugar.

―Señorita, puede pasar.

Cante victoria en mi mente. Me dolía todo el culo de estar sentada en aquella silla dura. Asentí y me puse de pie. Caminé hacia la puerta y toqué varias veces. Escuché un «pase», y luego de eso, abrí la puerta. Lo primero que vi, fue un montón de imágenes rarísimas. Lo segundo, un escritorio grandísimo y de tercero vi un chico sentada detrás del escritorio con una carpeta entre las manos. No podía pasar de los 25 años. Miré hacia todos los lados buscando el psicólogo, cuando miré la bata blanca que llevaba el chico, me di cuenta de que él era el médico.

Su cabello era rubio oscuro. Parecía una persona mayor por como lo tenía peinado hacia atrás. Llevaba por debajo de la bata blanca una camisa de botones negra, su piel era pálida y sus ojos eran cafés oscuros. Nada mal.

―Siéntate.

Su voz me hizo centrarme. Ni siquiera parecía la de un chicuelo. Era fuerte y potente. Le hubiese ido bien de locutor.

Asentí como si me hubiese hecho alguna pregunta. Cuando me di cuenta de lo estúpida que me vi; negué con la cabeza y me senté en uno de los sillones frente a él. El aire de aquel consultorio, era diferente: fresco y reconfortante.

―Un gusto, Evans Philips.

El doctor extendió su mano hacia mí. Dudé un segundo pero después cuando entendí que no tenía por qué desconfiar acepté su mano, él me miró y una pequeña, casi mínima sonría se formó en sus labios. Apretó mi mano y luego de forma educada la soltó.

Ni siquiera me presenté, más que nada porque sabía que él tenía una carpeta allí con mi vida completa. Me acomodé mejor en el sillón y esperé pacientemente que dijera algo.

El doctor tenía la vista fija en la carpeta que tenía delante. Después de un tiempo finalmente habló:

―Tengo entendido, que sufres de esquizofrenia. Según lo que dice aquí no aceptas del todo tu situación.

Silencio. Pensé que no diría nada más hasta que yo hablara, pero tomándome por sorpresa el continúo:

―Tengo aquí tus evaluaciones anteriores. Habla sobre, que perdiste un ser querido hace un tiempo, ¿Cómo te sientes respecto a eso?

Me moví inquieta en mi lugar. El tema de la muerte de Zoe no era mi favorito. No cuando me sentía tan culpable por no recordar lo necesario. En aquel momento miré el psicólogo. Sus cejas estaban fruncidas evaluando mi reacción. Respiré, volví a respirar más profundo esta vez. El recuerdo llegó claro, sin rodeos.

IRRESISTIBLE ©️✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora